LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

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Canciones de Combate

jueves, 28 de junio de 2012

LA TEORÍA LENINISTA SOBRE EL IMPERIALISMO MANTIENE TODA SU ACTUALIDAD


Por:  Enver Hoxha.
En las condiciones presentes, cuando, so pretexto de que las situaciones han cambiado, la causa de la revolución y la liberación de los pueblos es blanco de los ataques de los revisionistas jruschovistas, titistas, «eurocomunistas», chinos y las demás corrientes antimarxistas, adquiere una importancia de primer orden el profundizar en el estudio de las obras de Lenin sobre el imperialismo.

Debemos volver de nuevo a estas obras, y estudiar profundamente y con suma meticulosidad en particular la genial obra de Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo. Al estudiar con atención esta obra, veremos asimismo cómo los revisionistas, y entre estos también los dirigentes chinos, desnaturalizan el pensamiento leninista sobre el imperialismo, cómo entienden los objetivos, la estrategia y las tácticas de éste. Sus escritos, declaraciones, posiciones y actos demuestran que consideran de forma muy errónea la naturaleza del imperialismo, la ven desde posiciones contrarrevolucionarias y antimarxistas, tal como hacían todos los partidos de la II Internacional y sus ideólogos, Kautsky y compañía, que han sido desenmascarados sin compasión por Lenin.

Si estudiamos atentamente esta obra de Lenin y nos atenemos con fidelidad a su análisis y conclusiones geniales, veremos que el imperialismo en nuestros días conserva en su totalidad los mismos rasgos característicos definidos por Lenin, veremos que la definición leninista de nuestra época, como la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias, permanece inmutable, veremos que el triunfo de la revolución es inevitable.

Como es sabido, Lenin comienza su análisis del imperialismo con la concentración de la producción, del capital y con los monopolios. Los fenómenos de la concentración y centralización de la producción y del capital también hoy en día solo pueden ser analizados correcta y científicamente basándose en el análisis leninista del imperialismo.

Un rasgo característico del capitalismo actual es la concentración cada vez mayor de la producción y del capital, que ha llevado a la unión de las pequeñas empresas con las empresas poderosas, o a la absorción de aquellas por estas. Asimismo esto ha traído como consecuencia el agrupamiento masivo de la fuerza de trabajo en grandes trusts y consorcios. Además estas empresas han concentrado en sus manos enormes capacidades productivas, fuentes energéticas y de materias primas en proporciones incalculables. En la actualidad, en las grandes empresas capitalistas se explota también la energía nuclear y la tecnología más reciente, que pertenecen exclusivamente a dichas empresas.

Estos gigantescos organismos tienen un carácter nacional e internacional. En el interior del país han destruido la mayoría de los pequeños patronos e industriales, mientras que en el plano internacional se han erigido en consorcios colosales, que abarcan ramas enteras de la industria, la agricultura, la construcción, el transporte, etc., de muchos países. Dondequiera que los consorcios hayan clavado sus garras y que un puñado de capitalistas multimillonarios haya realizado la concentración de la producción, se amplía y profundiza la tendencia a eliminar a los pequeños patronos e industriales. Este camino ha conducido al ulterior fortalecimiento de los monopolios.

«Esta transformación de la competencia en monopolio -ha dicho Lenin- constituye uno de los fenómenos más importantes -por no decir el más importante- de la economía del capitalismo contemporáneo... »[5]

Al hablar sobre este rasgo del imperialismo, añadía que

«...la aparición del monopolio, al concentrarse la producción, es en general una ley universal y fundamental de la presente fase del desarrollo del capitalismo».[6]

El desarrollo del capitalismo en las condiciones actuales confirma enteramente la conclusión de Lenin arriba mencionada. En nuestros días los monopolios son el fenómeno más típico y más corriente, que determina la fisonomía del imperialismo, su esencia económica. En los países imperialistas, como los Estados Unidos de América, la Republica Federal de Alemania, Inglaterra, Japón, Francia, etc., la concentración de la producción ha adquirido proporciones inusitadas.

Así, por ejemplo, en 1976, en las 500 corporaciones norteamericanas más grandes, trabajaban casi 17 millones de personas, que representaban más del 20 por ciento de la mana de obra ocupada. A ellas correspondía el 66 por ciento de las mercancías vendidas. En la época en la que Lenin escribió su obra: El imperialismo, fase superior del capitalismo, en el mundo capitalista sólo existían una gran compañía norteamericana, la «United States Steel Corporation», cuyo capital activo ascendía a más de mil millones de dólares, mientras que en 1976 el número de sociedades multimillonarias era alrededor de 350. El trust automovilístico «General Motors Corporation», este súper monopolio, en 1975 disponía de un capital global superior a los 22.000 millones de dólares y explotaba a un ejército de 800.000 obreros. A éste le sigue el monopolio «Standard Oil of New Jersey», que domina la industria petrolera de los Estados Unidos de América y de los demás países y explota a más de 700.000 obreros. En la industria automovilística existen tres grandes monopolios que venden más del 90 por ciento de la producción de dicha rama; en las industrias aeronáutica y siderúrgica cuatro compañías gigantescas dan, respectivamente, el 65 y el 47 por ciento de la producción.

Un proceso similar ha tenido y tiene lugar también en los otros países imperialistas. En la Republica Federal de Alemania, el 13 por ciento del total de las empresas han concentrado en sus manos alrededor del 50 por ciento de la producción y el 40 por ciento de la fuerza laboral del país. En Inglaterra dominan 50 grandes monopolios. La corporación británica del acero proporciona más del 90 por ciento de la producción del país. En Francia las tres cuartas partes de esta producción están concentradas en las manos de dos sociedades; cuatro monopolios poseen toda la producción de automóviles y otros cuatro toda la producción de los derivados del petróleo. En el Japón, diez grandes campañas siderúrgicas producen todo el hierro colado y más de las tres cuartas partes del acero, mientras que en la metalurgia no ferrosa actúan ocho compañías. Y lo mismo sucede en las demás ramas y sectores.[7]

Las pequeñas y medianas empresas, que subsisten en estos países; dependen directamente de los monopolios. Reciben encargos de estos monopolios y trabajan para ellos, reciben créditos y materias primas, tecnología; etc. Prácticamente se han convertido en sus apéndices.

Hoy la concentración y la centralización de la producción y del capital, creando monopolios gigantescos que no cuentan con una unidad tecnológica, están muy propagadas. En el interior de estos gigantescos monopolios «conglomerados», actúan empresas y ramas enteras dedicadas a la producción industrial, la construcción, el transporte, el comercio, los servicios, la infraestructura, etc., que producen desde juguetes para niños hasta misiles intercontinentales.

La potencia económica de los monopolios y la creciente concentración del capital, hacen que las «pequeñas criaturas», es decir, las empresas no monopolizadas, típicas del pasado, no sean las únicas victimas de la lucha competitiva, sino también las grandes empresas y grupos financieros. Debido a la desenfrenada sed de los monopolios de obtener elevados beneficios y a la exacerbación al máximo de la competencia, este proceso, a lo largo de los últimos dos decenios, ha adquirido proporciones colosales. Actualmente las fusiones y las absorciones en el mundo capitalista son de 7 a 10 veces mayores que en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial.

La fusión y la unión de las empresas industriales, comerciales, agrícolas y bancarias, han llevado a crear las nuevas formas de los monopolios, los grandes complejos industrial-comerciales, o industrialagrarios, formas que son aplicadas ampliamente no sólo en los países capitalistas de Occidente, sino también en la Unión Soviética, Checoslovaquia, Yugoslavia y otros países revisionistas. En el pasado las uniones monopolistas realizaban el transporte y la venta de mercancías con la ayuda de otras firmas independientes; hoy los monopolios tienen en su poder tanto la producción, como el transporte y el mercado.

Los monopolios no sólo intentan evitar la competencia entre las empresas que engloban, sino que además han echado la zarpa con el propósito de monopolizar todas las fuentes de materias primas, todas las zonas ricas en minerales esenciales, como hierro, hulla, cobre, uranio, etc. Este proceso se desarrolla en el plano nacional e internacional.

La concentración de la producción y del capital adquirió enormes proporciones, en particular después de la Segunda Guerra Mundial, con la ampliación y el desarrollo del sector del capitalismo monopolista de estado.

El capitalismo monopolista de estado representa la subordinación del aparato estatal con respecto a los monopolios, la implantación de la dominación total de éstos en la vida económica, política y social del país. De este modo el estado interviene directamente en la economía en interés de la oligarquía financiera, para asegurar el máximo beneficio a la clase que detenta el poder a través de la explotación de todos los trabajadores y para estrangular la revolución y las luchas de liberación de los pueblos.

La propiedad monopolista estatal, como uno de los elementos básicos más característicos del capitalismo monopolista de estado, no representa la propiedad de un solo capitalista o de un grupo de capitalistas particulares, sino la propiedad del estado capitalista, la propiedad de la clase burguesa que está en el poder. En diversos países imperialistas el sector capitalista monopolista de estado ocupa del 20 al 30 por ciento en la producción global.

El capitalismo monopolista de estado, que representa el nivel más alto de la concentración de la producción y del capital, es la principal forma de propiedad actualmente dominante en la Unión Soviética y en los demás países revisionistas. Este capitalismo monopolista de estado está al servicio de la nueva clase burguesa en el poder.

También en China, por medio de una serie de reformas, como la institución de la ganancia en tanto que objetivo principal de la actividad de las empresas, la aplicación de las prácticas capitalistas de organización, dirección y remuneración, la creación de regiones económicas, trusts y combinados muy semejantes a los existentes en la Unión Soviética, Yugoslavia y Japón, la apertura de las puertas al capital extranjero, los vínculos directos de las empresas de este país con los monopolios extranjeros, etc., la economía está adquiriendo formas típicas del capitalismo monopolista de estado.

Actualmente en el mundo capitalista y revisionista la concentración y la centralización de la producción y del capital han llegado a un nivel interestatal. Esta tendencia es estimulada y realizada en la práctica también por el Mercado Común Europeo, el COMECON, etc., que representan la unión de los monopolios de las diversas potencias imperialistas.

En su época, Lenin, al analizar las formas de los monopolios internacionales, se refería a los cártels y sindicatos. En las condiciones actuales, cuando la concentración de la producción y del capital ha adquirido enormes proporciones, la burguesía monopolista ha hallado nuevas formas de explotación de los trabajadores. Se trata de las sociedades multinacionales.

En apariencia estas sociedades se presentan como propiedad común de los capitalistas de muchos países. En realidad, las multinacionales, en lo referente al capital y al control, pertenecen fundamentalmente a un solo país, mientras su actividad se lleva a cabo en muchos. Ellas se amplían cada vez más mediante la absorción de pequeñas y grandes sociedades y firmas locales que están en la imposibilidad de hacer frente a la feroz competencia.

Las multinacionales abren filiales y extienden sus empresas a los países donde está más garantizada la perspectiva de obtener el máximo beneficio. La multinacional norteamericana «Ford», por ejemplo, ha instalado en otros países 20 grandes plantas industriales, en las que trabajan 100.000 obreros de distintas nacionalidades.

Entre las sociedades multinacionales y el estado burgués existen estrechos lazos y una dependencia mutua, que están basados en su carácter de clase y explotador. El estado capitalista es empleado como un instrumento al servicio de sus fines de dominación y expansión, tanto en el plano nacional como en el internacional.

Por su gran papel económico y el importante peso que tienen en toda la vida del país, algunas multinacionales, tomadas por separado, constituyen una gran fuerza económica que alcanza, o supera en muchos casos, el presupuesto o la producción de varios países capitalistas desarrollados tomados en conjunto. Una poderosa multinacional de los Estados Unidos de América, la «General Motors Corporation», tiene una producción industrial superior a la de Holanda, Bélgica y Suiza juntas. Estas sociedades intervienen para asegurarse favores y privilegios especiales en los países donde actúan. A título de ejemplo, en 1975, los propietarios de la industria electrónica de los Estados Unidos de América exigieron al gobierno mexicano modificar el Código Laboral que establecía algunas medidas de protección, pues de lo contrario transferirían su industria a Costa Rica, y, para presionar, cerraron muchas fábricas en las que trabajaban unos 12.000 obreros mexicanos.

Las multinacionales son palancas del imperialismo y una de sus principales formas de expansión. Son pilares del neocolonialismo y vulneran la soberanía nacional y la independencia de los países en que actúan. Dichas sociedades, para abrir paso a su dominación, no se detienen ante ningún crimen, desde la organización de complots y el trastorno de la economía, hasta el soborno puro y simple de altos funcionarios, de dirigentes políticos y sindicales, etc. El escándalo de la Lockheed fue la mejor confirmación de esto.

Un considerable número de multinacionales han sido instaladas y desarrollan su actividad también en los países revisionistas.3 También han empezado a introducirse en China.

La concentración y la centralización de la producción y del capital, que hoy caracterizan al mundo capitalista y que han conducido a una gran socialización de la producción, no han modificado en absoluto la esencia explotadora del imperialismo. Por el contrario, han intensificado la opresión y provocado una pauperización creciente de los trabajadores. Estos fenómenos confirman por completo la tesis de Lenin de que en las condiciones de la concentración de la producción y del capital, en el imperialismo

«tiene lugar un gigantesco progreso de la socialización de la producción», pero sin embargo «...la apropiación continúa siendo privada. Los medios sociales de la producción siguen siendo propiedad privada de un reducido número de individuos.»[8]

Los monopolios y las multinacionales siguen siendo grandes enemigos del proletariado y de los pueblos.

La intensificación del proceso de concentración de la producción y del capital que se desarrolla en nuestros días, ha recrudecido aún más la contradicción fundamental del capitalismo, la contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación, así como todas las demás contradicciones. Al igual que en el pasado, también hoy en día, los enormes ingresos y superganancias que se obtienen de la cruel explotación de los obreros, son apropiados por un puñado de magnates capitalistas. Los medios de producción, con que han sido equipadas las ramas unificadas de la industria, son, igualmente, propiedad privada de los capitalistas, mientras la clase obrera sigue siendo esclava de los poseedores de los medios de producción y la fuerza de sus brazos continúa siendo una mercancía. Ahora las grandes empresas capitalistas no explotan a decenas o centenares de obreros, sino a cientos de miles. Se calcula que sólo en 1976 la plusvalía creada por la feroz explotación capitalista de este enorme ejército de obreros y arrebatada por las corporaciones norteamericanas, fue superior a los 100.000 millones de dólares, frente a 44.000 millones en 1960.

Lenin desenmascaró a los oportunistas de la II Internacional, que predicaban la posibilidad de que se liquidasen las contradicciones antagónicas del capitalismo como resultado de la aparición y del desarrollo de los monopolios. Argumentó científicamente que los monopolios, como vehículos de opresión, explotación y apropiación privada de los resultados del trabajo, agudizan aún más las contradicciones del capitalismo. Sobre la base del dominio de los monopolios, se erige la superestructura del sistema capitalista. Dicha superestructura defiende y representa, tanto en el plano nacional como en el internacional, los intereses expoliadores de los monopolios. Son los monopolios los que dictan la política interior y exterior, la política económica, social, militar, etc.

También la realidad actual de la concentración de la producción y del capital desenmascara las prédicas de los reaccionarios cabecillas de la socialdemocracia, de los revisionistas modernos y de los oportunistas de toda laya, según los cuales los trusts, la propiedad del capitalismo monopolista de estado, etc., pueden «transformarse», de manera pacífica, en economía socialista y que el capitalismo monopolista actual «se integrara» paulatinamente en el socialismo.


La concentración de la producción y del capital, nos enseña Lenin, sirve de fundamento también para aumentar la concentración del capital monetario, para concentrarlo en manos de los grandes bancos, para que aparezca y se desarrolle el capital financiero. En el curso del desarrollo del capitalismo, junto con los monopolios, los bancos adquieren un gran desarrollo; estos absorben el capital monetario de los monopolios y los consorcios, el de los pequeños productores y los ahorros personales. Así los bancos, que están en manos de los capitalistas y les sirven a éstos, se convierten en poseedores de los principales medios financieros.

El mismo proceso que se operó para la eliminación de las pequeñas empresas por las grandes, por los cártels y los monopolios, también se produjo en la liquidación progresiva de los pequeños bancos. De esta forma, a semejanza de las grandes empresas que crearon los monopolios, los grandes bancos fundaron sus consorcios bancarios. En estos dos últimos decenios este fenómeno ha cobrado enormes proporciones y hoy prosigue a ritmos muy altos. Un rasgo sobresaliente de las fusiones y absorciones actuales es que han afectado no sólo a los pequeños bancos, sino también a los medianos o relativamente grandes. Este fenómeno se explica por la agravación de las contradicciones de la reproducción capitalista, por la ampliación de la lucha competitiva y por la grave crisis en la que se encuentra el sistema financiero y monetario del mundo capitalista.

En los Estados Unidos de América reinan 26 grandes grupos financieros. EI mayor, el grupo Morgan, cuenta con 20 grandes bancos, compañías de seguros, etc., con activos que ascienden a 90.000 millones de dólares.

El grado de concentración y centralización del capital bancario también es muy elevado en el resto de los principales países capitalistas. En Alemania Occidental, de los 70 grandes bancos existentes, tres poseen más del 58 por ciento de todos los activos bancarios. En Inglaterra toda la actividad bancaria es controlada por 4 bancos conocidos con el nombre «Big Four». También en el Japón y Francia el grado de concentración del capital bancario es elevado.

Lenin ha argumentado que el capital bancario se entrelaza con el capital industrial. Al comienzo los bancos se interesan por la suerte de los créditos que prestan a los industriales. Sirven de mediadores para que los industriales, que reciben estos créditos, se entiendan entre sí y no desarrollen la competencia, porque ésta perjudicaría a los propios bancos. Este es el primer paso de los bancos en su ligazón con el capital industrial. Con el desarrollo de la concentración de la producción y del capital monetario, los bancos se convierten en inversionistas directos en las empresas de producción, organizando sociedades anónimas conjuntas. De este modo, el capital bancario penetra en la industria, en la construcción, en la agricultura, en los transportes, en la esfera de la circulación y en todo lo demás. Por su parte, las empresas compran gran cantidad de acciones bancarias, convirtiéndose en copartícipes. Actualmente los dirigentes de los bancos y de las empresas monopolistas forman parte de los consejos de administración de ambos, creando así lo que Lenin calificaba de «Unión personal». El capital financiero que surge de este proceso lleva en sí mismo todas las formas del capital: capital industrial, capital monetario y capital mercantil. Al caracterizar este proceso, Lenin ha dicho:

«Concentración de la producción; monopolios que se derivan de la misma; fusión o entrelazamiento de los bancos con la industria - tal es la historia de la aparición del capital financiero y lo que dicho concepto encierra.»[9]

Aunque después de la Segunda Guerra Mundial el capital financiero ha crecido y ha sufrido cambios estructurales, persigue los mismos fines de siempre: asegurar el máximo beneficio por medio de la explotación de las amplias masas trabajadoras, dentro y fuera del país. Este mismo papel juegan las compañías de seguros que se han extendido mucho en estos últimos años en los principales países capitalistas, convirtiéndose en competidoras de los bancos. En los Estados Unidos de América, por ejemplo, en 1970 los activos de los bancos aumentaron 3,5 veces en comparación con el nivel de 1950, mientras que los activos de las compañías de seguros durante ese mismo periodo crecieron 6,5 veces.

Estas compañías, con los capitales que acumulan, producto del saqueo del pueblo, han llegado a conceder a los monopolios créditos que ascienden a cientos de millones de dólares. De este modo, las compañías de seguros se fusionan y se entrelazan con los monopolios industriales y bancarios, transformándose en parte orgánica del capital financiero.

La burguesía monopolista, incitada por su insaciable sed de ganancias, convierte en capital toda fuente de medios monetarios provisionalmente libres, como son las cuotas depositadas por los trabajadores para las pensiones de jubilación, los ahorros de la población, etc.

El capital financiero concentrado obtiene ingresos extraordinariamente elevados, no sólo de las ganancias que se derivan de la absorción del dinero de los consorcios, de los pequeños industriales, etc., etc., sino también emitiendo valores y practicando empréstitos. Al igual que ocurre con los depósitos de los ahorros, también en estos casos se fija una pequeña tasa de interés a favor del prestamista, pero con estas actividades el banco obtiene ganancias colosales, con las cuales aumenta su capital, aumenta las inversiones que, naturalmente, aportan al capital financiero continuos beneficios. El capital financiero invierte más en la industria, pero ha extendido su red especuladora a otras riquezas, como la tierra, los ferrocarriles y otras ramas y sectores.

Los bancos tienen posibilidades reales para conceder las considerables sumas de créditos, que requiere el alto nivel de la concentración de la producción y la dominación de los monopolios. De este modo, a las grandes uniones monopolistas se les crean condiciones favorables para explotar más ferozmente a las masas trabajadoras dentro y fuera del país, a fin de asegurar el máximo beneficio.

Con la restauración del capitalismo en la Unión Soviética y en los demás países revisionistas, los bancos adquirieron todos los rasgos característicos de los monopolios. En ellos, al igual que en todos los demás países capitalistas, los bancos sirven para explotar a las amplias masas trabajadoras, tanto dentro como fuera del país.

Durante los últimos años, en los países capitalistas y revisionistas ha crecido rápidamente el comercio con el crédito que se abre a los clientes para que adquieran artículos de consumo y especialmente mercancías duraderas. Con la concesión de este tipo de crédito, la burguesía se asegura mercados para la venta de sus mercancías, los capitalistas se embolsan inmensas ganancias gracias a las altas tasas de interés, los deudores se atan de pies a cabeza a los acreedores y las firmas capitalistas.

En la actualidad, las deudas y otras formas de obligaciones de los trabajadores con los bancos y las instituciones crediticias han aumentado considerablemente. Sólo en los Estados Unidos de América, en 1976, el endeudamiento de la población debido a este tipo de créditos ascendía a 167.000 millones de dólares frente a 6.000 millones en 1945; mientras que en la República Federal de Alemania el endeudamiento de la población era superior a los 46.000 millones de marcos.

EI aumento de la concentración y la centralización del capital bancario ha conducido a una mayor dominación económica y política por parte de la oligarquía financiera y a la utilización de una serie de formas y métodos a fin de aumentar el yugo económico, la pobreza y la miseria de las amplias masas trabajadoras.

El desarrollo del capital financiero ha hecho posible que se concentrara en manos de un puñado de poderosos capitalistas industriales y banqueros no sólo una gran riqueza, sino también un verdadero poderío económico y político que actúa sobre toda la vida del país. Estos hombres todopoderosos son los que están a la cabeza de los monopolios y los bancos, y constituyen lo que se denomina oligarquía financiera. Los apologistas del capitalismo, partiendo del hecho de que actualmente las grandes sociedades se han transformado en sociedades de accionistas, donde también algún obrero puede disponer de unas cuantas acciones simbólicas, intentan demostrar que ahora el capital habría perdido el carácter privado que ten ía cuando Marx escribió El Capital o cuando Lenin analizó el imperialismo; que el capital se habría vuelto popular. Se trata de una patraña. Al igual que antes, hoy los países imperialistas están dominados por los poderosos grupos industrial-financieros privados: los Rockefeller, Morgan, Dupont, Mellon, Ford, los grupos de Chicago, Texas, California, etc., en los Estados Unidos de América; los grupos financieros de Rothschild, Behring, Samuel, etc., en Inglaterra; de Krupp, Siemens, Mannesmann, Thyssen, Gerling, etc., en Alemania Occidental; de Fiat, Alfa-Romeo, Montedison, Olivetti, etc., en Italia; las doscientas familias en Francia y así sucesivamente.

La oligarquía financiera, como poseedora del capital industrial y financiero, ha asegurado su dominio económico y político en toda la vida del país. Ha subordinado a sus intereses también el aparato estatal, el cual se ha transformado en un instrumento en manos de la plutocracia financiera. La oligarquía financiera quita y pone gobiernos, dicta la política interior y exterior. Mientras en la vida interna está ligada a las fuerzas reaccionarias, a todas las instituciones políticas, ideológicas, docentes y culturales que defienden su poder político y económico, en la política exterior defiende y apoya a todas las fuerzas conservadoras y reaccionarias que sostienen y abren paso a la expansión monopolista, que luchan por conservar y consolidar el capitalismo.

Para asegurar su dominación, la oligarquía financiera no repara en los medios que utiliza, implantando la reacción política en todos los terrenos.

«. . . el capital financiero, decía Lenin, tiende a la dominación y no a la libertad».[10]

La situación actual demuestra que la burguesía monopolista ha intensificado la opresión en todas partes. Sobre esta base se profundiza la contradicción entre el proletariado y la burguesía. Al mismo tiempo, la expansión económica y financiera, acompañada de la expansión política y militar, ha agudizado más las contradicciones entre los pueblos y el imperialismo, así como las contradicciones entre las mismas potencias imperialistas. Esta incontestable realidad objetiva es ignorada por la actual propaganda revisionista china.

Ahora la concentración y la centralización de los capitales bancarios se realizan no sólo en el marco de un país, sino también en el de varios países capitalistas, o de capitalistas y revisionistas. Este es el carácter de los bancos del Mercado Común Europeo, o del «Banco Internacional para la Cooperación Económica», así como del «Banco de Inversiones» del COMECON. Asimismo los bancos germano occidentales-polacos, los anglo-rumanos, franco-rumanos y anglo-húngaros, o las corporaciones bancarias norteamericano-yugoslavas, anglo-yugoslavas, etc.; son uniones bancarias de tipo capitalista. La Unión Soviética ha abierto numerosos bancos en diversos países capitalistas, que se han convertido en competidores y en socios de los bancos capitalistas dondequiera que se han establecido, en Zurich, Londres, París, África, América Latina y otras partes.

También China se ve envuelta cada vez más en la vorágine de este proceso de la integración capitalista de los bancos. Además de los bancos que tiene en Hong-Kong, Macao y Singapur, mañana China también los creará en el Japón, en América, etc. Al mismo tiempo autoriza la penetración de los bancos de las potencias imperialistas en el propio país.4

Lenin recalcaba que el capitalismo de hoy se caracteriza por la exportación de capitales. Este rasgo económico del imperialismo se ha desarrollado y reforzado más en nuestros días. Actualmente, los Estados Unidos de América, el Japón, la Unión Soviética, la República Federal Alemana, Inglaterra y Francia, son los mayores exportadores de capitales en el mundo.

En un cierto periodo, eran los Estados Unidos de América, Inglaterra, Francia y Alemania, países en que se había desarrollado la industria, que absorbía las riquezas del suelo y del subsuelo de las colonias, los que exportaban capitales. Posteriormente, la guerra, las crisis, trajeron como consecuencia que unas potencias imperialistas, como Inglaterra, Francia y Alemania, se debilitaran económicamente y se enriqueciera el imperialismo norteamericano, que se transformó en superpotencia. En la situación creada tras la Segunda Guerra Mundial, la exportación de capitales norteamericanos aumenta en detrimento de las otras potencias capitalistas.

Hoy, el capital norteamericano se exporta a todos los países, incluso a los industrializados, en forma de inversiones, créditos, empréstitos, en forma de participación en sociedades mixtas o a través de la creación de grandes compañías industriales. El imperialismo norteamericano, el capital monopolista, invierte en los países poco desarrollados y pobres, puesto que en estos los costos de la producción son bajos, mientras el grado de explotación de los trabajadores es alto. Invierte para asegurarse materias primas, acaparar mercados y vender los productos industrializados.

Es sabido que los países capitalistas se desarrollan de manera desigual, por eso los grandes monopolios y sociedades de los Estados Unidos de América y de otros países exportan capitales precisamente a los países donde el desarrollo económico requiere inversiones y tecnología.

Los capitales invertidos aportan fabulosas ganancias a los consorcios y monopolios financieros, puesto que en los países pobres, poco desarrollados, la tierra es muy barata y con poco dinero puede ser adquirida en grandes cantidades, y la tierra va acompañada de las riquezas que contiene. La mano de obra asimismo es barata, puesto que los hombres que sufren hambre, se ven obligados a trabajar con salarios muy reducidos. Se ha calculado que por cada dólar invertido en estos países, las potencias imperialistas sacan un beneficio de 5 dólares.

Según los datos oficiales norteamericanos, sólo durante el período 1971-1975, el total de las inversiones directas de los Estados Unidos de América en los nuevos estados fue de 6.500 millones de dólares, mientras las ganancias que sacaron de estos países, en este mismo período, alcanzaron el importe de casi 30.000 millones de dólares.[11]

Las potencias imperialistas, a fin de disfrazar la exportación de capitales, practican también la concesión de créditos. Mediante estos llamados créditos o ayudas, los grandes consorcios capitalistas y los estados a que pertenecen, presionan fuertemente a los países y pueblos que los aceptan y los mantienen bajo su férula. Las ayudas o los créditos a los países poco desarrollados provienen del saqueo de sus riquezas y de la explotación de las masas trabajadoras de los países desarrollados, y son concedidos a los ricos de aquellos países. En otras palabras, esto significa que los grandes monopolios norteamericanos por ejemplo, explotan el sudor del pueblo norteamericano y de los otros pueblos y, cuando exportan sus capitales y conceden créditos, estos representan precisamente el sudor y la sangre de esos pueblos. Por otro lado, estos créditos que los grandes monopolios otorgan a los países del llamado tercer mundo, de hecho, sirven a las clases feudal-burguesas que dominan en ellos.

Los créditos que reciben los estados recién creados sirven como eslabones de la cadena imperialista en el cuello de sus pueblos. Según indican las estadísticas, las deudas de estos países se duplican cada quinquenio. Si en 1955 las deudas de los países poco desarrollados con las potencias imperialistas fueron de 8.500 millones de dólares, en 1977 ascendieron a más de 150.000 millones de dólares.

El capitalismo mundial ha desarrollado en su propio interés la técnica y la tecnología, para multiplicar sus ganancias, por medio del descubrimiento de las riquezas del subsuelo, de la creación de una agricultura intensiva, etc. Toda esta tecnología, la propia revolución técnico-científica y los nuevos métodos de explotación económica, benefician al imperialismo, a los monopolios capitalistas y no a los pueblos. El capitalismo nunca puede invertir en otros países, conceder préstamos y exportar capitales, sin calcular de antemano los beneficios que se embolsará.

Si a los grandes monopolios y bancos, que se han extendido como una telaraña por el mundo capitalista y revisionista, no se les presentan datos concretos sobre los posibles ingresos a obtener de la explotación de una mina, de las tierras, de la extracción del petróleo o del agua en un desierto, no dan créditos.

También hay otras formas de conceder créditos, que se practican de cara a los estados seudo socialistas que buscan camuflar el camino capitalista que siguen. Estos créditos, que alcanzan grandes sumas, se conceden en forma de créditos comerciales y se liquidan, naturalmente, a corto plazo. Tales créditos son dados conjuntamente por muchos países capitalistas, los cuales han calculado de antemano los beneficios económicos, y también los políticos, que van a sacar del estado que los recibe, teniendo en cuenta tanto el potencial económico, como la solvencia de los mismos. Los capitalistas en ningún caso dan créditos para construir el socialismo, sino para destruirlo. Por consiguiente, un verdadero país socialista nunca acepta créditos, cualquiera que sea su forma, de un país capitalista, burgués o revisionista.

Al igual que los revisionistas jruschovistas soviéticos, los revisionistas chinos emplean muchos slogans, numerosas citas, construyen un sinfín de frases que suenan a «leninistas», a «revolucionarias», pero su verdadera actividad es reaccionaria, contrarrevolucionaria. Los dirigentes chinos se esfuerzan por presentar también sus actitudes oportunistas y las relaciones que mantienen con los países imperialistas como si fueran en interés del socialismo. Estos revisionistas disfrazan así las cosas intencionalmente, a fin de mantener a oscuras a las masas del proletariado y del pueblo, de manera que éstas no puedan transformar su descontento en un recurso de fuerza para llevar a cabo la revolución.

Consideremos, por ejemplo, la cuestión de la edificación económica del país, del desarrollo de la economía socialista con las propias fuerzas. Se trata de un principio correcto. Cada estado independiente, soberano, socialista, debe movilizar a todo el pueblo y definir correctamente la política económica, debe tomar todas las medidas para explotar de forma adecuada y lo más racional posible todas las riquezas del país, administrarlas con economía y aumentarlas en interés de su propio pueblo, y no permitir que sean arrebatadas por otros. Esta es una orientación principal básica para cualquier país socialista, en tanto que la ayuda exterior, la ayuda que conceden los otros países socialistas, es suplementaria.

Los créditos que un país socialista da a otro país socialista tienen un carácter totalmente diferente. Estos créditos constituyen una ayuda internacionalista, desinteresada. La ayuda internacionalista nunca engendra capitalismo, no empobrece a las masas populares, al contrario, contribuye a desarrollar la industria y la agricultura, sirve a su armonización, conduce al mejoramiento del bienestar de las masas trabajadoras, al fortalecimiento del socialismo.

En primer lugar, los estados socialistas económicamente desarrollados deben ayudar a los demás países socialistas. Esto no quiere decir que un país socialista no tenga que desarrollar relaciones con otros países no socialistas. Pero deben ser relaciones económicas sobre la base del interés mutuo y de ninguna manera deben poner la economía de un país socialista o de uno no socialista, bajo la dependencia de los países más poderosos. Si estas relaciones entre estados están basadas en la explotación de los países pequeños y económicamente débiles por parte de los estados grandes y poderosos, entonces esa «ayuda» debe ser rechazada, porque es esclavizadora.

Lenin dice que el capital financiero ha echado sus redes, en el sentido real de la palabra, en todos los países del mundo. Los monopolios, los cártels y los sindicatos de los capitalistas, trabajan de forma sistemática. Primero se apoderan del mercado interno, se apoderan de la industria, la agricultura, subyugan a la clase obrera y los demás trabajadores, sacan superganancias y posteriormente crean grandes posibilidades para acaparar también mercados en todo el mundo. En esta cuestión el capital financiero juega un papel directo.

También actualmente observamos, en completa concordancia con las enseñanzas de Lenin sobre el imperialismo, como ultima fase del capitalismo, que las dos superpotencias, el imperialismo norteamericano y el socialimperialismo soviético, pugnan por repartirse el mundo, por apoderarse de los mercados. El petróleo por ejemplo, una cuestión que se ha agudizado en todo el mundo, está en primer lugar bajo el dominio de las grandes sociedades monopolistas norteamericanas, pero en ellas participan también compañías petroleras de Inglaterra, Holanda, etc. Los norteamericanos maniobran en la cuestión del petróleo, para que éste siga siendo monopolio suyo. Han invertido capitales e instalado una gran técnica en los países - productores, como Arabia Saudita, Irán, etc., han tendido sus tentáculos sobre las camarillas dominantes de estos países, comprometiendo con grandes sumas de dólares a los reyes, jeques e imanes. Los cabecillas dominantes de los países productores de petróleo tienen la autorización de la plutocracia financiera de estos países para invertir en los Estados Unidos de América, en Inglaterra y otras partes, comprando incluso acciones de diversas compañías monopolistas, así como hoteles de lujo, fábricas, etc.

Arabia Saudita, por ejemplo, es un país semifeudal, donde reina la pobreza y el oscurantismo, aunque de ella se extraen anualmente 420 millones de toneladas de petróleo. Mientras las masas trabajadoras viven en la pobreza, el rey y la clase de los grandes terratenientes han depositado en los bancos de Wall Street más de 40.000 millones de dólares. La misma situación existe en Kuwait, en los Emiratos Árabes Unidos, etc. Estas camarillas hacen toda clase de concesiones a las potencias imperialistas para que saqueen las riquezas de los pueblos de los países que dominan, a fin de apropiarse de una parte de las ganancias.

Las inversiones que hacen los países productores de petróleo y que son propiedad de las camarillas dominantes, representan una unión, naturalmente a una escala muy insignificante, del capital de estas camarillas con el capital norteamericano o inglés. A primera vista parece que las camarillas dominantes de los países de donde sale el petróleo son, en cierta medida, socios inversionistas del imperialismo norteamericano, inglés francés e influyen en su economía. En realidad ocurre todo lo contrario. Las ganancias de los imperialistas norteamericanos y de los demás imperialistas son extraordinariamente grandes en comparación con las ganancias que dejan a estas camarillas. Esta es una característica del neocolonialismo actual, el cual, para poder explotar al máximo las riquezas de algunos países, hace ciertas concesiones mesuradas en favor de los grupos dominantes burgués capitalistas, feudales, pero, ciertamente, no en detrimento suyo. Este ejemplo confirma la justeza de la tesis de Lenin, de que es muy fácil que los intereses de la burguesía de distintos países, así como los intereses de los monopolios privados, se entrelacen con los intereses de los monopolios estatales. Los grandes monopolios pueden entrelazarse también con monopolios menos poderosos, pero que tengan en su posesión grandes riquezas, sobre todo del subsuelo, como minas de hierro, cromo, cobre, uranio, etc.

Hoy día, los empréstitos, los créditos y las ayudas gubernamentales constituyen una de las formas más difundidas de exportar capitales. Este tipo de exportación lo practican especialmente la Unión Soviética y los demás países revisionistas.

Además de asegurar beneficios capitalistas, estos créditos, «ayudas» y empréstitos tienen también fines políticos. Los estados que dan los créditos tienden a apuntalar y a consolidar el poder político y económico de determinadas camarillas, que defienden los intereses económicos, políticos y militares del país acreedor. Puesto que los acuerdos sobre este tipo de créditos son ultimados entre gobiernos, refuerzan aún más la dependencia económica y política del prestatario con respecto al prestamista. Un ejemplo clásico en lo que se refiere a esta forma de exportación de capitales lo constituye el «Plan Marshall», que después de la Segunda Guerra Mundial pasó a ser la base económica de la expansión política y militar de los Estados Unidos de América en los países de Europa Occidental. Similares son las llamadas ayudas que los revisionistas soviéticos dan a países como la India, Irak, etc., supuestamente para desarrollar la economía y crear el sector estatal de la industria.

Actualmente el imperialismo norteamericano, el socialimperialismo soviético y el capitalismo de los países industrializados han alcanzado tal nivel de desarrollo que las ganancias que obtienen acumulando capitales, son extraordinariamente grandes. La acumulación de capitales crea enormes beneficios que van a parar a los bolsillos de los monopolistas, de la oligarquía financiera, quienes no ponen estas utilidades al servicio del pueblo trabajador, pobre e indigente, sino que las exportan a los países de donde esperan obtener beneficios aún más grandes. Estos son los países que China llama «tercer mundo». Pero también hacen inversiones de este tipo en los países capitalistas desarrollados.

Se han escrito numerosos libros sobre el proceso de la penetración de los capitales norteamericanos en Europa y sus objetivos políticos y económicos. En un libro suyo, el autor norteamericano Geoffrey Owen nos ofrece un claro panorama. Al empezar el capitulo «Sociedades internacionales», dice que el aumento de las inversiones norteamericanas en el exterior se ha realizado según la concepción de que los norteamericanos no representan una sociedad con intereses en ultramar, sino una sociedad internacional. El cuartel general de esta sociedad se encuentra en los Estados Unidos de América. Esto significa que las grandes firmas norteamericanas no piensan únicamente en cubrir las necesidades de su propio país, las de la industria y de sus clientes en los Estados Unidos de América, sino también en extender sus redes a otros países. Estas sociedades invierten sus «excedentes de capitales» en otros países para obtener mayores beneficios. Corporaciones gigantes tales como la «Socony Mobile», la «Standard Oil of New Jersey» y otras, consiguen casi la mitad de sus ganancias saqueando y explotando a los otros países. Alrededor de 500 compañías aseguran cada año aproximadamente 10.000 millones de dólares de beneficios en el exterior. Son más de 3.000 las empresas de este género que han invertido en el extranjero. Por lo tanto, las fórmulas y los términos, «sociedades multinacionales» o «capitalismo internacional», están en boga, son utilizados en el lenguaje periodístico y en las operaciones bancarias.

Geoffrey Owen señala que, en 1929, más de 1.300 sociedades europeas eran propiedad de firmas norteamericanas o estaban bajo su control. Esta era la primera fase de la ofensiva norteamericana en dirección a la industria europea. La presión de la Segunda Guerra Mundial que se preparaba, contuvo momentáneamente la invasión de capitales norteamericanos. De 1929 a 1946, el valor de las inversiones directas, realizadas por las sociedades norteamericanas en otros países del mundo, descendió de 7.500 a 7.200 millones de dólares. Pero, después de la Segunda Guerra Mundial, en 1950, la cantidad de inversiones norteamericanas en el exterior ascendió a 11.200 millones, cuya mitad estaba concentrada en los países de América Latina y Canadá. En América Latina se hicieron inversiones para explotar las materias primas: petróleo, cobre, mineral de hierro, bauxita, así como bananas y otros productos agrícolas. En Canadá estas inversiones se hicieron en mayor medida en las minas y el petróleo, y se desarrollaban en amplia escala debido a la proximidad de estos países y a otras condiciones que facilitaban la penetración.

Europa, del mismo modo, se convirtió en los años 50 en un importante terreno para las inversiones norteamericanas. Las inversiones en este continente se extendieron rápidamente al sector de las comunicaciones, a la gran producción en serie, a la fabricación de equipos complejos. Junto con ellas afluyeron también las mercancías y los productos norteamericanos.

El mencionado autor indica que la situación creada en el mercado capitalista después de la Segunda Guerra Mundial, dio un mayor impulso a las inversiones norteamericanas. Veamos los siguientes datos sobre el aumento de estas inversiones en el exterior; en 1946 totalizaban 7.200 millones, y luego comienzan a aumentar, en 1950 llegan a 11.200 millones, en 1964 alcanzan el importe de 44.300 millones y en 1977 superan los 60.000 millones de dólares.

Las sociedades norteamericanas, ampliando continuamente sus operaciones a escala mundial, han exacerbado la competencia con las firmas de cada país y se ha acrecentado el temor de éstas a verse dominadas por las gigantes norteamericanas. Este problema es aún más agudo en los países poco desarrollados donde las firmas norteamericanas dominan las ramas clave de la industria y tienen una influencia preponderante sobre las economías nacionales. En otras palabras, estas gigantescas sociedades norteamericanas tienen en sus manos, y de hecho dirigen, las economías y los gobiernos locales.

Es conocida la prolongada lucha desarrollada entre las sociedades norteamericanas del petróleo y el gobierno mexicano, que concluyó, en 1938, con el fracaso de la política de oposición del gobierno de México. La misma suerte corrió la disputa entre el monopolio británico del petróleo y el gobierno iraní, que terminó con la destitución de Mosadegh. Estas contiendas son continuas y demoledoras y acaban siendo ganadas por los grandes trusts norteamericanos.

Las grandes compañías petroleras actúan a escala mundial. Para ellas es normal y necesario controlar de forma absoluta todos los capitales y la producción de esta rama en los países donde han invertido, controlar a los gobiernos, etc., porque de no tener estas posibilidades, se ven dificultadas para la coordinación a escala mundial de sus actividades. Por eso las grandes compañías extranjeras se oponen a los esfuerzos de los capitalistas locales por obtener mayores beneficios de los que reciben de los inversionistas norteamericanos o de los inversionistas de otros países imperialistas.

Las sociedades norteamericanas en Europa, en Canadá, en Asia, en África, etc., han creado una situación tal que prácticamente controlan la economía de muchos países. Sus gobiernos tienen un miedo cerval a los Estados Unidos de América, que se han transformado en leadership de la economía europea, de la misma forma que lo son de las cuestiones militares. Por eso los países capitalistas europeos industrializados intentan contener la invasión de capitales norteamericanos que afluyen cada vez más hacia ellos.

La dirección china pretende que los estados de Europa, industrializados ya desde el siglo XIX, están haciendo mayores inversiones en los Estados Unidos de América. Pero es sabido que, mientras las inversiones de capitales europeos en los Estados Unidos de América son principalmente en forma de valores, acciones, obligaciones, depósitos, etc., las inversiones norteamericanas en Europa ocupan posiciones dominantes en las más importantes ramas de la economía europea.

Geoffrey Owen, intentando justificar el aumento de las inversiones norteamericanas, pretende que los países europeos desean desarrollar su industria sobre bases científicas y hacen esfuerzos en este sentido, por ejemplo, en la industria electrónica y de ordenadores, Estas industrias, en cierta medida, contribuyen al progreso técnico, al aumento de las exportaciones y, en general, al desarrollo económico de estos países. Pero las sociedades norteamericanas están en este dominio más adelantadas que sus rivales europeas y controlan este progreso técnico según sus propios intereses.

En lo que a los ordenadores se refiere, por ejemplo, las sociedades europeas correspondientes están estrechamente ligadas para hacer frente a la competencia de la corporación norteamericana «International Business Machines» (IBM), que controla más del 70 por ciento del mercado norteamericano y un porcentaje mayor del mercado mundial.

Del mismo modo, la tendencia de las grandes sociedades norteamericanas es la de asociarse con las empresas locales. A fin de encubrir la explotación, muchas firmas evitan tener filiales suyas al cien por cien, y crean sociedades con inversiones mixtas en una proporción de 49 y 51 por ciento, o a medias. De este modo han actuado los norteamericanos en el Japón, de este modo han actuado también en Yugoslavia, que intenta dar la impresión de que construye el socialismo con sus propias fuerzas, cuando en realidad los titistas han repartido económicamente Yugoslavia entre los Estados Unidos de América y las grandes firmas de los países industriales desarrollados. De esta forma los titistas también han recortado la libertad y la independencia de Yugoslavia.

La tendencia de muchas de estas grandes sociedades norteamericanas, como la «General Motors», «Ford», «Chrysler», «General Electric», etc., es la de poseer de hecho al cien por cien sus filiales en los países extranjeros. Sin embargo estas filiales, según Owen, no olvidan el problema de la nacionalización, y la respuesta que dan al respecto es que «no se trata de formar sociedades con inversionistas locales, sino de propiciar la propiedad internacional de las acciones de las sociedades madres». Este es el concepto de la «internacional» del capitalismo, cuya más ferviente defensora es en particular la «General Motors».

Estas orientaciones del capital imperialista norteamericano o de la potencia industrial norteamericana, que invierte fuera de los Estados Unidos de América para crear sus colonias y su imperio, son algunos hechos que ilustran de forma clara la tesis de que, contrariamente a lo que pretenden los revisionistas chinos, el imperialismo norteamericano no se ha debilitado en absoluto. Por el contrario, se ha fortalecido, ha obtenido enormes concesiones en otros países, controla muchas importantes ramas de su economía. Asimismo, ha hundido en innumerables dificultades a varios gobiernos, a menudo hace la ley en estos países, y tiene muchos gobiernos bajo su control y su dirección. Naturalmente, en este proceso hay también altibajos, pero la marcha general no testimonia el debilitamiento del imperialismo norteamericano.

Actualmente vivimos en una época en que otra superpotencia, el socialimperialismo soviético, exporta sus capitales y trata de explotar a los diversos pueblos. Los capitales que exporta esta superpotencia emanan de la plusvalía que se crea en la Unión Soviética, transformada ya en un país capitalista.

La restauración del capitalismo ha llevado a una polarización de la actual sociedad soviética, donde una pequeña parte de la misma domina y explota a la mayoría aplastante del pueblo. La capa constituida por los burócratas, los tecnócratas y la intelectualidad creadora de alto rango ya ha sido creada y ha tomado la forma de una clase burguesa explotadora en sí que se apropia y distribuye entre sus miembros la plusvalía que obtiene explotando ferozmente a la clase obrera y las amplias masas trabajadoras. A diferencia de los países de capitalismo clásico, donde la apropiación de la plusvalía es proporcional al capital de cada capitalista, en la Unión Soviética y en los demás países revisionistas ésta es distribuida de conformidad con el escalafón de la alta capa de la burguesía en la jerarquía estatal, económica, científica, cultural, etc.5 Los elevados sueldos, los emolumentos ordinarios y extraordinarios, las gratificaciones y los incentivos materiales, los favoritismos, etc., se han erigido en toda una institución para apropiarse la plusvalía extraída de la explotación de los trabajadores. La capa que representa el «capitalista colectivo» conserva este saqueo par medio de una serie de leyes, de normas, que garantizan la opresión y la explotación capitalistas.

La economía soviética ya se ha integrado en el sistema del capitalismo mundial. Mientras las capitales norteamericanas, alemanes, japoneses, etc., han penetrado profundamente en la Unión Soviética, los capitales soviéticos son exportados a otros países y se fusionan en diversas formas can los capitales de los mismos.

Es sabido que la Unión Soviética explota económicamente en primer lugar a los países satélites. Pero ahora rivaliza y pugna con los otros estados capitalistas por apoderarse de mercados, ganar esferas de inversiones, saquear las materias primas, conservar las leyes neocolonialistas en el comercio mundial, etc. Para extender su hegemonía, la nueva burguesía soviética exporta capitales, pero en esto choca no sólo con la competencia del imperialismo norteamericano, que es muy fuerte, sino también con la de los otros estados capitalistas desarrollados, como el Japón, Gran Bretaña, Alemania Occidental, Francia, etc. Estos estados, a fin de obtener superganancias, exportan capitales no sólo a África, Asia y América Latina, sino también a los países de Europa del Este que se encuentran bajo la tutela de la Unión Soviética revisionista, e incluso los exportan a la propia Unión Soviética.

Las camarillas dominantes de los países llamados socialistas, como la Unión Soviética, Checoslovaquia, Polonia, etc., y ahora también China, permiten la afluencia de capitales extranjeros a sus propios países, porque estos capitales las benefician, mientras gravitan sobre las espaldas de los pueblos. Los países del COMECON han contraído grandes deudas. Su endeudamiento con los países del Occidente alcanza la cifra de 50.000 millones de dólares.

Yugoslavia es uno de los primeros países revisionistas que ha permitido la penetración de capitales extranjeros en su economía. Comenzó recibiendo créditos, luego patentes de producción, y más tarde pasó a la formación de empresas mixtas. En 1967 se aprobó una ley que autorizaba la creación de empresas mixtas con el 49 por ciento de capital extranjero. En 1977, en Yugoslavia, el número de estas empresas llegaba a 170. Yugoslavia ha asegurado a las firmas capitalistas las más favorables condiciones para que desarrollen su actividad y obtengan el máximo beneficio.

El fenómeno yugoslavo demuestra que los capitales extranjeros que se han invertido en Yugoslavia constituyen uno de los factores determinantes de su transformación en un país capitalista. Los Estados Unidos de América y otros estados capitalistas ricos no han salido perdiendo con estas inversiones, por el contrario, han obtenido enormes beneficios, acrecentando la miseria de la clase obrera y del campesinado de Yugoslavia. Lenin ha dicho que la exportación de capitales es una buena base para la explotación de la mayoría de las naciones y países del mundo, para la existencia del parasitismo capitalista de un puñado de estados muy ricos.

Los estados capitalistas obtendrán enormes ganancias también de China. Estamos viendo que a este país afluyen en miles de millones de dólares los capitales norteamericanos, japoneses, germano occidentales, etc. Con los japoneses se suscribieron acuerdos para explotar conjuntamente los yacimientos petrolíferos y las capacidades energéticas del río Yang Tse. Con los alemanes se firmó un acuerdo para construir minas de carbón, etc. Las inversiones que se realizan en China, y las que se realizaran, aportarán necesariamente ganancias satisfactorias a los capitalistas extranjeros y al mismo tiempo fortalecerán las bases del capitalismo en China.

La exportación de capitales de un país capitalista a otro país capitalista o revisionista, ya sea grande o pequeño el estado que los da o el que los recibe, sigue siendo una de las formas de explotación de los pueblos por el capital. Esta explotación lleva aparejada la dependencia económica y política del país que los recibe.

Lenin ha señalado que los monopolios, después de apoderarse del mercado interior, pugnan por repartirse y conquistar económicamente el mercado mundial de productos industrializados y de materias primas. La competencia y la sed de ganancias hace que los monopolistas de los diversos países concierten acuerdos provisionales y alianzas, y lleguen a unirse para repartirse los mercados en el plano internacional, vender sus productos acabados y comprar materias primas. Los estados capitalistas desarrollados, incluso cuando poseen reservas de materias primas y energéticas, se abalanzan sobre los otros países, porque los costos de producción en estos son menores que en los suyos y sobre todo porque el salario de los obreros es varias veces más bajo.

Es conocida la lucha que se ha llevado y se lleva a cabo por la conquista de los yacimientos y los mercados del petróleo. Esta lucha ha arruinado a decenas y centenares de empresas y sociedades privadas y se ha llegado a que el cartel internacional del petróleo, que comprende 7 grandes monopolios (de los cuales 5 son norteamericanos, 1 inglés y 1 anglo-holandés, las famosas Esso, Texaco, Shell, etc.), controle más del 60 por ciento de la extracción y la venta del petróleo en los países capitalistas del mundo occidental y elabore cerca del 54 por ciento de este producto.

Tal reparto de las fuentes de producción y de los mercados ya se ha hecho también con el cobre y el estaño, con el uranio y otros minerales preciosos y estratégicos.

Muchos de los viejos países colonialistas, como Inglaterra y Francia, han concluido acuerdos especiales, llamados preferenciales, de colaboración, etc., con las ex colonias, que les aseguran privilegios económicos y comerciales casi exclusivos. La existencia de las llamadas zonas del dólar, de la libra esterlina, del franco o del rublo demuestran la división económica del mundo entre los monopolios y los diversos estados imperialistas.

El imperialismo norteamericano, el socialimperialismo soviético y las otras potencias imperialistas, a través de diversas vías, a través de un comercio discriminatorio y desigual con estos países, se aseguran los máximos beneficios. Solamente los países «en vías de desarrollo», excluyendo a los de la OPEP, tienen en la actualidad un saldo pasivo que asciende a casi 34.000 millones de dólares.

Los monopolios, en las condiciones actuales, sobre todo en las condiciones de la crisis económica, concluyen acuerdos directos también con los gobiernos de los países capitalistas, sobre cuotas de producción, precios, mercados, etc. Incluso la propia existencia de organismos como el Mercado Común Europeo, el COMECON y otros, es un claro testimonio del reparto económico que existe hoy en el mundo.

Este reparto económico del mundo, la dominación de los monopolios, el dictado que imponen a la vida y al desarrollo económico de los otros países, no hace sino agravar aún más, aparte de la contradicción entre el trabajo y el capital, las contradicciones entre los pueblos y el imperialismo, así como las contradicciones interimperialistas.

La teoría china de los «tres mundos»; que busca la conciliación del «tercer mundo» con el «segundo mundo» y con el imperialismo norteamericano, está fuera de esta realidad. No quiere ver que la incontenible ofensiva de los monopolios norteamericanos, ingleses, alemanes, japoneses, franceses, etc., hacia lo que China llama «tercer mundo», aumenta la resistencia de los pueblos frente a todas las potencias imperialistas y hegemonistas y amplía las condiciones objetivas de la lucha intransigente entre ellos. Por otra parte, el desarrollo desigual de las potencias imperialistas, que es una ley objetiva del desarrollo del capitalismo, las incita a una competencia y tensiones irreductibles entre sí para ampliar su expansión económica a todo el mundo.

La teoría china de los «tres mundos», que pretende conciliar estas contradicciones y predica lo mismo que desde hace mucho vienen diciendo la socialdemocracia y los revisionistas de toda laya, está en flagrante oposición con la estrategia leninista, que tiende no a negar, sino a profundizar estas contradicciones, a fin de preparar al proletariado para la revolución y a los pueblos para la liberación.

Lenin, en su análisis del imperialismo indicó que, con el paso del capitalismo premonopolista a su fase superior y última, a la fase del imperialismo, termina el reparto territorial del mundo entre las grandes potencias imperialistas.

«...el rasgo característico del período que nos ocupa es el reparto definitivo del planeta, definitivo, no en el sentido de que sea imposible repartirlo de nuevo -al contrario, nuevos repartos son posibles e inevitables-, sino en el de que la política colonial de los países capitalistas ha terminado ya la conquista de todas las tierras no ocupadas que había en nuestro planeta. Por primera vez el mundo se encuentra ya repartido, de modo que lo que en adelante puede efectuarse son únicamente nuevos repartos, es decir, el paso de territorios de un «propietario» a otro.. .»[12]

El viejo colonialismo clásico, que explotaba física, económica, política e ideológicamente a la mayoría de los pueblos, después de la Segunda Guerra Mundial se ha transformado en un nuevo colonialismo. Este nuevo colonialismo comprende todo un sistema de medidas económicas, políticas, militares e ideológicas, que ha sido establecido por el imperialismo con la finalidad de conservar su dominación y asegurar el control político y la explotación económica de las antiguas colonias y de muchos otros países, acomodándose a las nuevas condiciones que se crearon después de la guerra.

¿Cuáles son estas nuevas condiciones?

Después de la guerra, los países imperialistas, Francia, Inglaterra, Italia, Alemania, el Japón y los Estados Unidos de América, no estaban en condiciones de conservar mediante la fuerza la situación que existía antes de la guerra. Francia, por ejemplo, no podía mantener colonizados, como antes, a Marruecos, Argelia, Túnez y otros países de África. Lo mismo podemos decir del imperialismo británico, italiano, etc.

La Segunda Guerra Mundial produjo un cambio radical en la correlación de fuerzas en el mundo. Condujo a la destrucción de las grandes potencias fascistas, pero también estremeció los fundamentos y debilitó considerablemente a las viejas potencias colonialistas. La guerra antifascista planteó en todas partes, incluso en los países que no se habían visto envueltos en su torbellino, el problema de la liberación nacional. Los pueblos de las antiguas colonias que, conjuntamente con los países de la coalición antifascista, habían participado en la guerra para sacudirse el yugo fascista, ya no podían dar pasos atrás y soportar por más tiempo el yugo colonial. La victoria de la Unión Soviética sobre el nazismo, la creación del campo socialista, la liberación de China, dieron un poderosísimo impulso al despertar de la conciencia nacional y a las luchas de liberación de los pueblos. Las amplias masas de los pueblos colonizados llegaron a comprender que era preciso cambiar la situación existente. Estallaron las luchas de liberación en Indochina, África del Norte, etc.

Obligados por la situación, muchos países colonialistas comprendieron que las viejas formas de explotación y administración de las colonias eran anacrónicas, sin concederles la más mínima libertad e independencia. Las potencias imperialistas, colonialistas, no llegaron a esta conclusión movidas por sus sentimientos democráticos y por su deseo de conceder la libertad a los pueblos, sino presionadas por los pueblos colonizados y a causa de su debilidad militar, económica, política e ideológica, que no les permitía conservar el viejo colonialismo. Pero, el imperialismo francés, inglés, italiano, norteamericano, etc., no quería renunciar a la explotación de esos pueblos y países. Cada potencia imperialista se vio obligada por las circunstancias creadas a conceder la autonomía a estos pueblos o prometerles la libertad y la independencia después de un cierto plazo. Este plazo, que fijaron supuestamente para permitirles tomar conciencia de su capacidad de gobernarse por sí mismos y formar a este fin los cuadros locales, tendía de hecho a preparar nuevas formas de explotación imperialistas, el nuevo colonialismo, dando a los países y a los pueblos la falsa impresión de que habían conquistado la libertad.

Esto tenía lugar después de la guerra, cuando el imperialismo mundial sufrió una grave derrota, cuando se acentuó aún más la crisis del sistema colonial del imperialismo. Los Estados Unidos de América aprovecharon este periodo de descomposición del capitalismo, como resultado de la debilitación del imperialismo por la Segunda Guerra Mundial, y crearon una nueva y profunda forma de explotación de los pueblos coloniales, supuestamente libres e independientes. Extendieron su dominio imperialista a los países en otro tiempo colonias de las otras potencias imperialistas, ahora debilitadas en una u otra forma.

Muchos pueblos ex coloniales, a pesar de haber obtenido esta «independencia» y esta «libertad», tal como se las habían dado las antiguas potencias colonialistas, tuvieron que empuñar las armas porque los imperialistas no estaban dispuestos a conceder de inmediato esa «libertad» y esa «independencia». Particularmente los imperialistas franceses pretendían conservar también después de la guerra la fuerza o la «grandeza» de Francia. Así fue cómo los pueblos de Argelia, Vietnam y muchos otros dieron inicio a una prolongada lucha de liberación y, por último, lograron liberarse. No entraremos en detalles de cómo lo lograron, cuáles fueron las fuerzas sociales que lucharon, etc. El hecho es que el viejo imperialismo francés e inglés se debilitó. Se confirmaron así las tesis de Lenin, de que el imperialismo estaba en descomposición, de que la vieja sociedad capitalista-imperialista estaba siendo corroída por los movimientos revolucionarios y por los sentimientos de amor a la libertad de los pueblos hasta entonces oprimidos y subyugados.

Durante este período, el imperialismo norteamericano engordó, extendió la zona del dólar, puso bajo su control territorios de la zona del franco y la libra esterlina y, con el fin de conservar su poderío hegemónico imperialista, que consistía en explotar al máximo a los pueblos, creó numerosas bases militares y colocó camarillas políticas pronorteamericanas en muchos de los países del mundo que supuestamente habían conquistado la libertad y la independencia. Naturalmente, esta explotación estaba acompañada también de una serie de cambios estructurales y superestructurales.

El capital financiero ha creado asimismo una ideología propia, que le precede en la explotación del proletariado y en la conquista del mundo, y completa la dominación de los pueblos, la legitimación de esta dominación, con diversas formas almibaradas, predicando y concediendo una cierta libertad, una cierta independencia, creando también algunos partidos pretendidamente democráticos, etc.

Paralelamente a la inversión de capitales norteamericanos, a la creación de bancos y de las llamadas multinacionales, se exporta el modo de vida norteamericano, junto con la degeneración que comporta.

La exportación de capitales por las grandes potencias imperialistas crea colonias, que hoy son los países dominados por el neocolonialismo. La independencia de estos países es puramente formal. En otras palabras, ahora al igual que antes, se desarrolla el mismo proceso de exportación de capitales, pero en formas distintas, acompañando de explicaciones y de una propaganda «almibarada». La explotación hasta la médula de los pueblos de dichos países es la de siempre, incluso más salvaje aún; continúa asimismo el saqueo de sus riquezas naturales.

La mayor potencia neocolonialista de nuestra época son los Estados Unidos de América. A lo largo de tres años, de 1973 a 1975, las inversiones básicas gubernamentales y privadas realizadas por los Estados Unidos de América en las antiguas colonias, en los países dependientes y semidependientes, representaban cerca del 36 por ciento de todas las inversiones hechas en esas regiones por los países capitalistas y revisionistas más desarrollados.[13]

Los tratados y los acuerdos económicos, políticos y militares concluidos entre las potencias imperialistas y las ex colonias, tienen un carácter avasallador, son armas en manos del imperialismo para mantener a estos países en la esclavitud. Hoy, como ayer, son muy actuales las palabras de Lenin, que puntualizaba:

«...es indispensable explicar infatigablemente y desenmascarar de continuo ante las grandes masas trabajadoras de todos los países, sobre todo de los atrasados, el engaño que utilizan sistemáticamente las potencias imperialistas, las cuales, bajo el aspecto de estados políticamente independientes, crean en realidad estados desde todo punto de vista sojuzgados por ellas en el sentido económico, financiero y militar...».[14]

El imperialismo norteamericano, el socialimperialismo soviético y las otras potencias imperialistas, viejas y nuevas, con el fin de mantener dominados a los pueblos, instigan, donde pueden, las disputas entre los estados vecinos o entre los diversos grupos sociales del interior,6 y luego, apareciendo como árbitros o sostenedores de una u otra parte, intervienen en los asuntos internos de los otros, justifican su presencia económica, política y militar. Los hechos demuestran que, cuando las superpotencias se han inmiscuido en los asuntos internos de los demás pueblos, los problemas han quedado sin resolver o han terminado con la consolidación de las posiciones del imperialismo y del socialimperialismo en estos países. Una prueba de ello son los acontecimientos del Oriente Medio, el conflicto entre Somalia y Etiopia, la guerra entre Camboya y Vietnam, etc.

Los Estados Unidos de América, la Unión Soviética y todos los demás países capitalistas, a la par de invertir, consolidan sus posiciones en los países que aceptan estas inversiones, y luchan por conseguir mercados y zonas de influencia. Esto crea fricciones entre los diversos estados capitalistas, entre los grandes consorcios que no están enlazados ni son interdependientes. Estas fricciones son las que provocan las guerras locales que pueden llegar hasta una conflagración general. La guerra desatada por estas razones, ya sea local o general, como nos enseña el leninismo, no tiene un carácter libertador, sino de rapiña. La guerra es justa, es libertadora, sólo cuando los pueblos se levantan contra los ocupantes extranjeros, cuando se alzan contra la burguesía capitalista del país, que está estrechamente vinculada con el imperialismo, el socialimperialismo y el capital mundial.

Los representantes del gran capital mundial hablan mucho sobre la necesidad de cambiar el actual sistema de relaciones económicas internacionales y de crear un «nuevo orden económico mundial», que también es respaldado por los dirigentes chinos. Según ellos, este «nuevo orden económico» servirá de «base para la estabilidad global». Por su parte, los revisionistas soviéticos hablan de crear una pretendida estructura nueva en las relaciones económicas internacionales.

Todo esto son esfuerzos y planes de las potencias imperialistas y neocolonialistas, las cuales quieren mantener vivo y prolongar el neocolonialismo, y conservar la opresión y la expoliación de los pueblos. Pero, las leyes de desarrollo del capitalismo y del imperialismo no obedecen a los deseos ni a las invenciones teóricas de la burguesía y de los revisionistas. Como Lenin ha señalado, para resolver estas contradicciones es necesaria la lucha consecuente contra el colonialismo y el neocolonialismo, la revolución.

Analizando los rasgos económicos fundamentales del imperialismo, Lenin determinó también su lugar histórico. Recalcó que, el imperialismo es no sólo la fase superior, sino también la última del capitalismo, es la antesala de la revolución proletaria. Lenin ha escrito que:

«El imperialismo es una fase histórica especial del capitalismo... es 1) capitalismo monopolista; 2) capitalismo parasitario o en descomposición; 3) capitalismo agonizante.»[15]

La realidad del mundo capitalista actual confirma enteramente esta conclusión.

La base económica de todas las plagas económico-sociales del imperialismo, como ha confirmado Lenin, es el monopolio. Los monopolios son impotentes para superar las contradicciones de la economía capitalista. Lenin ligaba orgánicamente el parasitismo y la putrefacción del imperialismo, con la tendencia de los monopolios a frenar en general el desarrollo de las fuerzas productivas, a acentuar el desarrollo desproporcional entre las diversas ramas y a nivel de toda la economía nacional, a no explotar las capacidades productivas, humanas y materiales; los ligaba con su propensión a impedir la introducción de los adelantos de la ciencia y de la técnica en interés de las masas y del progreso de toda la sociedad.

La avidez de ganancias, la competencia, obligan a los monopolios a hacer inversiones para introducir la técnica avanzada en la actividad productiva. Pero en todo el proceso histórico del desarrollo del imperialismo lo que predomina es la tendencia a un desarrollo desproporcional y a frenarlo.

Los gastos para las investigaciones y el desarrollo de la ciencia realizados en la industria, y particularmente en la industria de guerra, en los Estados Unidos de América, por ejemplo, de 2.000 millones de dólares que fueron en 1950, ascendieron a unos 11.000 millones en 1965 y a 30.000 millones, aproximadamente, en 1972. Muchas veces las grandes firmas chocan con dificultades en las investigaciones científicas, pero, cuando se hace un descubrimiento, compran patentes, contratan obreros cualificados y, sólo cuando les conviene, lo llevan a la práctica.

Naturalmente, los principales sectores y los más interesantes para las inversiones destinadas al desarrollo y a la revolución técnica, tienen prioridad, porque aseguran mayores ganancias. En este sentido el primer lugar es ocupado por la industria de guerra, debido a que aquí la tasa de ganancias es más elevada. Así, por ejemplo, los Estados Unidos de América invirtieron, en 1964, 3.565 millones de dólares en investigaciones científicas en el sector de la aeronáutica y los misiles. Ese mismo año, en la industria eléctrica y de telecomunicaciones invirtieron mil millones 537 mil dólares, en la industria química 196 millones, en la de máquinas 136 millones, automóviles 174 millones, instrumentos científicos 172 millones, productos de caucho 38 millones, en la del petróleo 8 millones, en la del metano 9 millones, etc.

En las condiciones actuales, la militarización de la economía, como manifestación de la descomposición del imperialismo, se ha convertido en un rasgo característico de todos los países capitalistas y revisionistas. Pero el proceso de la militarización de la economía ha adquirido proporciones sin precedentes particularmente en los Estados Unidos de América y en la Unión Soviética. Los gastos militares directos de ambas partes han alcanzado proporciones astronómicas, ascendiendo a un total de más de 240.000 millones de dólares al año.7

En su política tendente a la hegemonía y a la dominación mundial, los Estados Unidos de América y la Unión Soviética practican a amplia escala también el comercio de armas, que es otra clara expresión de la descomposición del imperialismo. El valor de las armas que venden anualmente supera los 20.000 millones de dólares. Los otros estados imperialistas, como Inglaterra, Alemania Occidental, Francia, Italia, etc., también venden armas. Las camarillas reaccionarias y fascistas de Chile, Israel, Corea del Sur, Rhodesia, la República Sudafricana, etc., son clientes regulares de este comercio imperialista. Lo son asimismo los países ricos en materias primas estratégicas o en petróleo, a los que los imperialistas intentan atraerse con armas a cambio de saquear sus riquezas.

Un claro testimonio de la descomposición y del parasitismo del capitalismo monopolista actual es el estallido cada vez más frecuente de las crisis económicas de superproducción. El estallido de las crisis, que en la actualidad son muy profundas, prueba la justeza de la teoría marxista acerca del carácter anárquico, espontáneo y desproporcional de la producción y del consumo, y rechaza las «teorías» burguesas del desarrolló del capitalismo «sin crisis», o de la transformación del capitalismo en «capitalismo dirigido».

En la sociedad capitalista de hoy actúa con una fuerza aún mayor la ley general de la acumulación capitalista, descubierta por Marx, según la cual, mientras, por un lado, aumenta la pobreza de los trabajadores, por otro lado, crecen las ganancias de los capitalistas. Va acentuándose el proceso de la polarización de la sociedad en proletarios y en burgueses, que constituyen un número limitado de personas.

El sistema imperialista actual, que cuenta con mayores posibilidades económicas para corromper a las capas altas del proletariado, a la aristocracia obrera, ha hecho que ésta crezca en enormes proporciones.

En la actualidad, la oligarquía financiera utiliza ampliamente a esta aristocracia para embaucar y desorientar al proletariado, para castrar su ímpetu revolucionario. De las filas de la aristocracia obrera surgen de ordinario aquellos a los que Lenin llama socialistas de palabra e imperialistas de hecho. En esta caracterización de Lenin se incluye a la socialdemocracia, los «partidos obreros burgueses», los dirigentes oportunistas de los sindicatos, los revisionistas modernos, etc. Lenin recalca que el imperialismo se enlaza con el oportunismo, que los oportunistas contribuyen a salvaguardar y reforzar al imperialismo. Él dice que:

«...los más peligrosos son los que no desean comprender que la lucha contra el imperialismo es una frase vacía y falsa si no va ligada indisolublemente a la lucha contra el oportunismo».[16]

La descomposición del imperialismo se ve claramente también en la intensificación y la profundización de la reacción en todos los terrenos, y particularmente en el político y social. La práctica demuestra que, cuando la burguesía monopolista ve que se agudiza la lucha de clases, arroja lejos las máscaras, negando a las masas trabajadoras incluso los escasos derechos que habían obtenido a precio de sangre. Una prueba de ello son los regímenes y las dictaduras fascistas implantadas en muchos países del mundo.

Todo este podrido sistema, que se encuentra en una situación caótica, se mantiene en pie gracias a un gran ejército pretoriano, a una policía muy numerosa que está movilizada y armada hasta los dientes. Todas estas fuerzas militar-policíacas entran en acción para evitar y reprimir cualquier resistencia que rebase los límites fijados por una inextricable maraña de leyes promulgadas por la burguesía en el poder. Los cuadros del ejército y de las demás fuerzas represivas viven lujosamente, reciben muy buenos sueldos. En Italia, por ejemplo, no se oye hablar de otra cosa que del ejército, la policía, el cuerpo de carabineros, los agentes de seguridad que son condecorados, pero que también resultan muertos.

En esta situación tan confusa que impera en los estados burgueses se ha desarrollado y propagado el bandidaje, que es un engendro del propio sistema capitalista, expresión de su degeneración y reflejo de la desesperación y desorientación originadas por el sistema burgués de opresión y explotación. La burguesía intenta evitar aquellas manifestaciones de bandidaje que le crean problemas y son motivo de preocupación para el estado burgués. Pero lo fomenta y utiliza para aterrorizar a las amplias masas trabajadoras que viven en la miseria. En muchos países capitalistas el bandidaje se ha convertido en una industria que abarca desde los asaltos a los bancos y los almacenes, hasta los secuestros de personas, reclamando enormes rescates a cambio de su libertad. En algunos países el bandidaje se ha organizado en grupos. Estos grupos tienen nombres que suenan a «revolucionarios», a «comunistas», etc. La burguesía les deja actuar libremente con el fin de preparar la situación para dar un golpe de estado fascista y justificar la realización del mismo. Con el propósito de desacreditar a la revolución y al socialismo, esta actividad de bandidaje es presentada como obra de «grupos comunistas», que supuestamente actúan contra el régimen burgués.

Como conclusión, podemos afirmar que en la situación actual del imperialismo en general, del imperialismo norteamericano, del socialimperialismo soviético y de los otros imperialismos, el imperialismo, cualquiera que sea su matiz, se encuentra en la fase de su debilitamiento y putrefacción, y que la vieja sociedad, a través de la revolución, será destruida desde sus cimientos y reemplazada por una sociedad nueva, por la sociedad socialista. Esta nueva sociedad socialista existe y se ampliará, se desarrollará, ganará terreno, independientemente de que los revisionistas soviéticos traicionaron al socialismo en la Unión Soviética, independientemente de que en China domina el oportunismo y se erige un socialimperialismo nuevo, independientemente de que en los antiguos países de democracia popular se ha restaurado el capitalismo. El socialismo seguirá avanzando en su camino y con su lucha y sus esfuerzos saldrá victorioso sobre el imperialismo y el capitalismo mundial, pero nunca y de ninguna manera lo hará mediante reformas, a través del camino parlamentario y pacífico, como predicaba Jruschov y como predican ahora todos los revisionistas. Triunfará permaneciendo fiel a la teoría leninista sobre el imperialismo y la revolución proletaria, pero nunca siguiendo las actuales teorías revisionistas que proclaman el capitalismo monopolista de estado como una supuesta fase nueva y particular del capitalismo, como la «aparición de los elementos socialistas en el seno del capitalismo».

De conformidad con las conclusiones de Lenin sobre la naturaleza del imperialismo y su lugar histórico, todo el imperialismo mundial como sistema social, a causa de las contradicciones internas que lo corroen y de las luchas revolucionarias y de liberación de los pueblos ya no tiene ese poder de dominación exclusiva de antes. Esta es la dialéctica de la historia y confirma la tesis marxista-leninista de que el imperialismo está en descenso, en decadencia, en descomposición.

La tendencia del capitalismo y del imperialismo a debilitarse, es hoy la tendencia principal en la historia universal. Marx y Lenin han argumentado esto apoyándose en datos concretos, en los acontecimientos históricos, en la dialéctica materialista. También la tendencia a mancomunar los esfuerzos por parte de los estados que se oponen al imperialismo, conduce al debilitamiento de éste. Pero esta segunda tendencia, a la que China da carácter absoluto, sin hacer las diferenciaciones requeridas, sin estudiar las situaciones particulares, no lleva a buen camino. Pretendiendo que el imperialismo norteamericano está en decadencia y es menos poderoso que el socialimperialismo soviético, proclamando el «tercer mundo», como la principal fuerza motriz de la época, los dirigentes chinos prácticamente incitan a la capitulación y la claudicación ante la burguesía.

Es verdad que los pueblos aspiran a la liberación, pero deben conquistarla sólo con lucha, con esfuerzos y teniendo a la cabeza una dirección combativa. Marx: Engels, Lenin y Stalin nos enseñan que esta dirección es el proletariado de cada país. Pero, el proletariado y su partido marxista-leninista deben hacer bien los análisis políticos, económicos y militares, sopesarlo todo, tomar decisiones y definir una estrategia y táctica adecuadas, teniendo siempre presente el preparar y hacer la revolución. Si no se tiene en cuenta la revolución, como no la tienen en cuenta los chinos, los análisis, los actos, la estrategia y las tácticas no pueden ser marxista-leninistas, revolucionarios.

No podemos forjamos ninguna ilusión acerca del imperialismo, del tipo que sea, poderoso o menos poderoso. La naturaleza misma del imperialismo crea las condiciones para la expansión económica y política, para el estallido de las guerras, porque su carácter es esencialmente explotador, agresivo. Por eso, engañar a las amplias masas de los pueblos que quieren su liberación diciéndoles que la obtendrán guiándose por teorías revisionistas como la de los «tres mundos», significa cometer un crimen contra los pueblos y la revolución.

Nuestra época; como nos enseña Lenin, es la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias. Con esto debemos comprender que a nosotros, marxista-leninistas, nos corresponde combatir con la mayor dureza al imperialismo mundial, a cualquier imperialismo, a cualquier potencia capitalista, que son los que explotan al proletariado y a los pueblos. Sostenemos la tesis leninista de que la revolución está actualmente a la orden del día. El mundo seguirá adelante hacia una sociedad nueva, que será la sociedad socialista. El capitalismo mundial, el imperialismo y el socialimperialismo se descompondrán todavía más y serán liquidados por medio de la revolución.

Lenin nos enseña a combatir hasta el fin al imperialismo, criticado en la amplia acepción de la palabra y levantar a las clases oprimidas contra la política imperialista, contra la burguesía. El análisis marxista-leninista del desarrollo actual del imperialismo, demuestra claramente que son inmutables el análisis y las conclusiones de Lenin sobre el imperialismo, sobre su naturaleza y sus rasgos, sobre la revolución. Los intentos de todos los oportunistas, desde los socialdemócratas hasta los revisionistas jruschovistas y chinos, de deformar las tesis leninistas sobre el imperialismo, son intentos contrarrevolucionarios. Su objetivo es negar la revolución, embellecer al imperialismo, prolongar la vida del capitalismo. Cuando Lenin desenmascara al imperialismo y a sus apologistas como Bernstein, Kautsky, Hilferding y todos los demás oportunistas de la II Internacional, advierte que

«La ideología imperialista penetra incluso en el seno de la clase obrera, que no está separada de las demás clases por una muralla china.»[17]

Pero, desafortunadamente, ahora también la «muralla china» se ha derrumbado y en China han penetrado la propaganda y la ideología imperialistas. Los oportunistas chinos no son en absoluto originales. Avanzando por el camino de Kautsky y compañía también ellos embellecen al imperialismo en general y al norteamericano en particular, presentándolo como un imperialismo que está en retroceso y en el que los pueblos deben apoyarse para defenderse de los socialimperialistas soviéticos.

La semejanza de las «teorías» de los revisionistas chinos con las de Kautsky es muy evidente. En su tiempo, este último trataba de defender la política colonial del imperialismo, encubrir su explotación y expansión, deformando la teoría marxista sobre el desarrollo del capitalismo. Lo mismo están haciendo en la actualidad los dirigentes chinos, quienes, con la intención de apoyar al imperialismo norteamericano y su política neocolonialista, fabrican teorías absurdas supuestamente fundadas en Marx o en Lenin. Pero si se habla en el lenguaje de Lenin, la «teoría» china es una inmersión en la charca del revisionismo y del oportunismo.

La teoría de Kautsky propagaba la ilusión de que en las condiciones del capitalismo monopolista existe la posibilidad de que se realice otra política, no anexionista. Respecto a esto Lenin puntualizaba:

«Lo esencial es que Kautsky separa la política del imperialismo de su economía, hablando de las anexiones como de la política «preferida» por el capital financiero y oponiendo a ella otra política burguesa, posible, segun él, sobre la misma base del capital financiero. Resulta que los monopolios en la economía son compatibles con el modo de obrar no-monopolista, no violento, no anexionista en política. Resulta que el reparto territorial del mundo, terminado precisamente en la época del capital financiero y que es la base de lo peculiar de las formas actuales de rivalidad entre los más grandes estados capitalistas, es compatible con una política no imperialista. Resulta que de este modo se disimulan, se atenuan las contradicciones más importantes de la fase actual del capitalismo, en vez de ponerlas al descubierto en toda su profundidad; resulta reformismo burgués en lugar de marxismo.»[18]

Ignorando el hecho de que en los Estados Unidos de América, en el terreno económico dominan los monopolios, el capital financiero, y que precisamente éstos dictan la política interior y exterior, los revisionistas chinos hablan de un imperialismo pacifico, que ya no busca la expansión, que incluso está en retirada. Los dirigentes chinos «olvidan» la afirmación de Stalin de que las principales peculiaridades y exigencias de la ley económica fundamental del capitalismo actual son:

«...asegurar el máximo de beneficios capitalistas explotando, arruinando, empobreciendo a la mayor parte de la población de un país dado, esclavizando y despojando de manera sistemática a los pueblos de otros países, sobre todo de los países atrasados, por ultimo desencadenando guerras y miitarizando la economía nacional, con vistas a asegurar el máximo de ganancias».[19]

Así, las «nuevas» teorías de los dirigentes chinos demuestran que ellos cantan la vieja cantinela de Kautsky con una nueva melodía.

Al desenmascarar a los cabecillas de la II Internacional, que querían hacer distinción entre las potencias imperialistas, dividiéndolas en más y menos agresoras, Lenin recalcaba que esta actitud era antimarxista. Esta actitud llevó a los partidos de la II Internacional a las posiciones del chovinismo, a traicionar abiertamente la causa del proletariado y de la revolución. En nuestra época, decía Lenin, no puede plantearse el problema de qué estado imperialista de los implicados en la Primera Guerra Mundial en uno u otro campo, es el «peor de los males».

«La democracia contemporánea, decía, sólo será fiel a sí misma si no se suma a ninguna burguesía imperialista, sí declara que «tan pésima es una como otra» y sí desea en cada país la derrota de la burguesía imperialista. Toda otra solución será, de hecho, una solución nacional-liberal, y no tendrá nada en común con el verdadero internacionalismo.»[20]

En las condiciones actuales, si se aceptase la tesis china según la cual el socialimperialismo soviético es más agresivo que el imperialismo norteamericano, se caería en una traición abierta a la revolución, a la misión histórica de la clase obrera, se pasaría a las posiciones de la II Internacional. Ambas superpotencias imperialistas representan, en el mismo grado, el principal enemigo y peligro para el socialismo, para la libertad y la independencia de los pueblos, para la soberanía de las naciones. Son los principales defensores del capitalismo mundial.

Para disimular su traición a los pueblos, los dirigentes chinos dicen que las relaciones de los grandes monopolios con algunos países poseedores de grandes riquezas, crean una situación que incluso puede evitar los conflictos entre las potencias monopolistas y los pueblos. Esto es una gran absurdidad, es un esfuerzo tendente a presentar como mansa la bestia imperialista, a crear una situación eufórica y falsa, alegando que supuestamente la inversión de capitales creará el bienestar del pueblo del país donde se realiza la inversión y que así dejarán de existir las contradicciones antagónicas entre los imperialistas y los pueblos de dichos países. Esta falsa teoría, que ahora pregonan los dirigentes chinos, ha sido creada por el imperialismo para extender su dominación a todo el mundo y ayudar a las camarillas reaccionarias dominantes en diversos países a oprimir a su pueblo y vender su propio país a los extranjeros.

Estas «teorías» son una repetición, bajo formas nuevas y refinadas, de las teorías reaccionarias de los oportunistas de la II Internacional. Durante la Primera Guerra Mundial, Lenin desenmascaró la teoría antimarxista de Kautsky del «ultraimperialismo», Kautsky pretendía que, en las condiciones del imperialismo, las guerras pueden ser conjuradas mediante un acuerdo entre los capitalistas de los diversos países.

Polemizando con Kautsky, Lenin decía que

«...las alianzas «interimperialistas» y «ultraimperialistas» en el mundo real capitalista, y no en la vulgar fantasía pequeñoburguesa de los curas ingleses o del «marxista» alemán Kautsky, sea cual fuere su forma: una coalición imperialista contra otra coalición imperialista, o una alianza general de todas las potencias imperialistas, sólo pueden ser inevitablemente «treguas» entre las guerras».[21]

Estas enseñanzas de Lenin son muy actuales en las condiciones de hoy cuando los revisionistas chinos hablan y despliegan febriles esfuerzos para crear una alianza y un gran frente mundial de todos los estados y los regímenes fascistas y feudales, capitalistas e imperialistas, incluyendo a los Estados Unidos de América, contra el socialimperialismo soviético.

Entre los países imperialistas pueden crearse alianzas, recalcaba Lenin, pero se crean con el único objetivo de aplastar conjuntamente la revolución, el socialismo, de saquear conjuntamente las colonias y los países dependientes y semidependientes.

Los revisionistas chinos, al igual que los cabecillas de la II Internacional, han substituido la consigna del Manifiesto Comunista «¡Proletarios de todos los países, uníos!» por la consigna pragmática «Unámonos con todos aquellos que son susceptibles de unirse», contra el socialimperialismo soviético.

La teoría de los «tres mundos», inventada por los dirigentes chinos, no analiza el desarrollo histórico del imperialismo a través del prisma marxista-leninista, sino que lo considera erróneamente, ignorando las contradicciones de nuestra época, definidas de forma tan clara por Marx y Lenin. Siguiendo esta «teoría», la China «socialista» se une con el imperialismo norteamericano y el «segundo mundo», es decir, con otros imperialistas, que explotan a los pueblos, y llama al «tercer mundo», a los pueblos que aspiran a luchar contra el imperialismo y el capitalismo mundial, tanto si es el imperialismo norteamericano como si es el socialimperialismo soviético, a unirse únicamente contra este último.

También la teoría titista de los países «no alineados» es tan antimarxista como la teoría de los «tres mundos».

Estas dos «teorías» son los rieles de una misma vía férrea sobre la que rueda el tren del imperialismo norteamericano y del socialimperialismo soviético, tren que, va cargado con las riquezas arrebatadas a los pueblos del mundo. Los titistas y los revisionistas chinos tratan de abrir algunos agujeros en los vagones de este tren imperialista y socialimperialista para que se derrame un poco de aceite, un poco de azúcar, algún dólar, alguna libra esterlina, algún franco o algún rubio. Estos rieles, que están tendidos sobre las espaldas de los pueblos oprimidos y que tienden a mantenerlos continuamente subyugados, son dos teorías tan reaccionarias como todas las demás teorías antimarxistas de los trotskistas, anarquistas, bujarinistas, jruschovistas, de los partidarios de Togliatti, Carrillo, Marchais, etc., etc.

La vida confirma continuamente las geniales tesis de Lenin sobre el imperialismo. El capitalismo ha entrado en la fase de su putrefacción. Esta situación suscita la revuelta de los pueblos y los empuja a la revolución. La lucha de los pueblos contra el imperialismo y contra las camarillas capitalistas burguesas crece de diferentes formas, con diversa intensidad. Ineluctablemente la cantidad se convertirá en calidad. Esto se verificará antes en los países, que constituyen el eslabón más débil de la cadena capitalista y donde la conciencia y la organización de la clase obrera han alcanzado un alto nivel, donde el problema es tratado con una profunda comprensión política e ideológica.

El imperialismo ha intensificado la opresión y la bárbara explotación de los pueblos. Pero al mismo tiempo también los pueblos del mundo se hacen cada vez más conscientes de que ya no se puede vivir en la sociedad capitalista actual, donde las masas trabajadoras son oprimidas y explotadas con una intensidad no menor a la de antes de la guerra.

El imperialismo, a pesar de sus esfuerzos y de los de sus adeptos, ni ahora ni tampoco más tarde puede encontrar estabilidad en la lucha que lleva a cabo por sentar su hegemonía sobre los pueblos. No puede encontrarla porque se ha despertado la conciencia de la clase obrera y de las masas trabajadoras oprimidas que quieren liberarse, y además a causa de las inevitables contradicciones interimperialistas.

Los pueblos ven, y más tarde lo verán mejor, que el imperialismo y el capitalismo mundial no se apoyan sólo en la fuerza económica, militar, política e ideológica de las dos superpotencias, sino también en las clases ricas que mantienen sojuzgados a los pueblos de sus países, que los explotan y los aterrorizan a fin de que no se levanten para conquistar la verdadera libertad e independencia.

Las amplias masas de los diversos países del mundo han comenzado asimismo a comprender que la actual sociedad burgués-capitalista, el sistema explotador del imperialismo mundial, deben ser derrocados. Para los pueblos esto no es sólo una aspiración, en muchos países también han empuñado las armas.

Por eso, no es necesario inventar teorías que dividan el mundo en tres o cuatro partes, en «alineados» y en «no alineados», sino ver e interpretar correctamente el gran proceso histórico objetivo según las enseñanzas del marxismo-leninismo. El mundo está dividido en dos partes, el mundo del capitalismo y el mundo nuevo del socialismo, que están en implacable lucha entre sí. En esta lucha triunfará lo nuevo, el mundo socialista, mientras que la vieja sociedad capitalista, la sociedad burguesa e imperialista, se derrumbará.

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