LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

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Canciones de Combate

miércoles, 30 de mayo de 2012

LA TEORÍA MATERIALISTA


Por:J.V.Stalin

«No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, su ser social es lo que determina su conciencia». (C. Marx)

Ya hemos examinado el método dialéctico.
¿Qué es la teoría materialista?
Todo cambia en el mundo, todo se desarrolla en la vida, pero ¿cómo ocurre este cambio y en qué forma se realiza este desarrollo? Nosotros sabemos, por ejemplo, que en un tiempo la tierra era una masa ígnea incandescente; después se fue enfriando poco a poco, más tarde aparecieron los vegetales y los animales, al desarrollo del mundo animal sucedió la aparición de una determinada variedad de monos, y luego, a todo ello, siguió la aparición del hombre.
Así se ha operado, en líneas generales, el desarrollo de la naturaleza.
Sabemos asimismo que la vida social tampoco ha estado fija en un punto. Hubo un tiempo en que los hombres vivían en el comunismo primitivo; entonces obtenían su sustento de la caza primitiva, erraban por los bosques y conseguían así sus alimentos.
Llegó una época en que el comunismo primitivo fue sustituido por el matriarcado: entonces la sociedad satisfacía sus necesidades principalmente por medio de la agricultura primitiva. Después el matriarcado fue sustituido por el patriarcado, cuando los hombres obtenían su sustento, principalmente de la ganadería. Más tarde el patriarcado fue sustituido por el régimen esclavista: entonces los hombres lograban su sustento de una agricultura relativamente más desarrollada. Al régimen esclavista siguió el feudalismo, y a todo ello sucedió el régimen burgués.
Así se ha operado, en líneas generales, el desarrollo de la vida social. Sí, todo esto es sabido... Pero ¿cómo se produjo este desarrollo: era la conciencia la que originaba el desarrollo de la «naturaleza» y de la «sociedad», o por el contrario, era el desarrollo de la «naturaleza» y de la «sociedad» el que originaba el desarrollo de la conciencia?
Así es planteada la cuestión por la teoría materialista.
Algunos dicen que a la «naturaleza» y a la «vida social» precedió la idea universal, que más tarde sirvió de base al desarrollo de aquéllas, de manera que el desarrollo de los fenómenos de la «naturaleza» y de la «vida social» es, por decirlo así, la forma exterior, una simple expresión del desarrollo de la idea universal.
Tal era, por ejemplo, la doctrina de los idealistas, que con el tiempo se dividieron en varias corrientes.
Otros, en cambio, dicen que desde el principio existen en el mundo dos fuerzas que se niegan mutuamente: la idea y la materia, la conciencia y el ser, y que, de acuerdo con ello, los fenómenos se dividen también en dos series, la ideal y la material, que se niegan mutuamente y luchan entre sí, de manera que el desarrollo de la naturaleza y de la sociedad es una lucha continua entre los fenómenos ideales y los materiales.
Tal era, por ejemplo, la doctrina de los dualistas, que con el tiempo, a semejanza de los idealistas, se dividieron en varias corrientes.
La teoría materialista rechaza de raíz tanto el dualismo como el idealismo.

Naturalmente, en el mundo existen fenómenos ideales y materiales, pero esto no quiere decir en modo alguno que se nieguen mutuamente. Por el contrario, el aspecto ideal y el aspecto material son dos formas distintas de una y la misma naturaleza o sociedad; no se les puede imaginar el uno sin el otro, existen juntos, se desarrollan juntos y, por lo tanto, no tenemos ningún fundamento para creer que se nieguen mutuamente.
Así, pues, el llamado dualismo carece de toda base.
Una naturaleza única e indivisible, expresada en dos formas distintas: la material y la ideal; una vida social única e indivisible, expresada en dos formas distintas: la material y la ideal; he ahí cómo debemos considerar el desarrollo de la naturaleza y de la vida social.
Tal es el monismo de la teoría materialista.
Al propio tiempo, la teoría materialista niega también el idealismo.
Es falsa la concepción según la cual el aspecto ideal, y en general la conciencia, precede en su desarrollo al desarrollo del aspecto material. Cuando no había aún seres vivos, existía ya la llamada naturaleza exterior, «inanimada». El primer ser vivo no poseía conciencia alguna, poseía solamente irritabilidad y los primeros rudimentos de la sensación. Después se desarrolló paulatinamente en los animales la capacidad sensitiva, pasando poco a poco a ser conciencia, en consonancia con el desarrollo de la estructura de su organismo y de su sistema nervioso. Si el mono hubiera andado siempre a cuatro patas, si no hubiera enderezado la espalda, su descendiente –el hombre– no habría podido servirse con soltura de sus pulmones y de sus cuerdas vocales y, por lo tanto, no habría podido valerse del lenguaje, lo cual habría detenido radicalmente el desarrollo de su conciencia. O bien, si el mono no se hubiera puesto derecho sobre las patas traseras, su descendiente –el hombre– se habría visto precisado a andar siempre a cuatro patas, a mirar al suelo y a extraer de él sus impresiones; no habría tenido la posibilidad de mirar hacia arriba y en torno suyo y, por consiguiente, no habría podido proporcionar a su cerebro más impresiones que las que posee el animal cuadrúpedo. Todo esto habría detenido radicalmente el desarrollo de la conciencia humana.
Resulta que para el desarrollo de la conciencia es necesaria una determinada estructura del organismo y un determinado desarrollo de su sistema nervioso.
Resulta que al desarrollo del aspecto ideal, al desarrollo de la conciencia, precede el desarrollo del aspecto material, el desarrollo de las condiciones exteriores: primero cambian las condiciones exteriores, primero cambia el aspecto material, y luego cambia, a tenor de ello, la conciencia, el aspecto ideal.
De esta manera, la historia del desarrollo de la naturaleza socava de raíz el llamado idealismo.
Lo mismo cabe decir en cuanto a la historia del desarrollo de la sociedad humana.
La historia muestra que si en distintas épocas los hombres han tenido diferentes ideas y deseos, la causa está en que en las distintas épocas han luchado de modo distinto con la naturaleza para la satisfacción de sus necesidades, y sus relaciones económicas se han ido estableciendo, en consonancia con esto, de distinta manera. Hubo un tiempo en que los hombres luchaban contra la naturaleza en común, sobre la base de los principios comunistas primitivos; su propiedad era entonces también comunista, y por ello casi no distinguían entre lo «mío» y lo «tuyo», por ello su conciencia era comunista. Llegó un tiempo en que en la producción penetró la distinción de lo «mío» y lo «tuyo»: entonces la propiedad tomó asimismo un carácter privado, individual, y por ello la conciencia de los hombres se penetró del sentimiento de la propiedad privada. Llega una época, la época presente, en que la producción reviste de nuevo un carácter social; por lo tanto, pronto la propiedad revestirá asimismo un carácter social, y, precisamente por ello, la conciencia de los hombres se penetra poco a poco de socialismo.
Un ejemplo sencillo. Figuraos un zapatero que tuvo n pequeño taller, pero no resistió la competencia de los grandes patronos, cerró el taller y se puso a trabajar como asalariado, supongamos, en la fábrica de calzado de Adeljánov, en Tiflís. Entró en la fábrica de Adeljánov, pero no con el propósito de convertirse para siempre en un obrero asalariado, sino con el fin de juntar dinero, reunir un capitalillo y después abrir de nuevo su taller. Como veis, la situación de este zapatero es ya proletaria, pero su conciencia no es todavía proletaria, es profundamente pequeñoburguesa. Dicho en otros términos, la situación pequeñoburguesa de este zapatero ha desaparecido ya, no existe, pero su conciencia pequeñoburguesa todavía no ha desaparecido, ha quedado a la zaga de su situación real.
Es evidente que también aquí, en la vida social, primero cambian las condiciones exteriores, primero cambia la situación de los hombres, y después cambia, de modo correspondiente, su conciencia.
Pero volvamos a nuestro zapatero. Como ya sabemos, se propone juntar dinero y después abrir su taller. El zapatero proletarizado trabaja y ve que reunir dinero es una cosa muy difícil, ya que el salario apenas si le llega para sustentarse. Observa, además, que la apertura de un taller particular no es ya tan sugestiva: el pago del alquiler de un local, los caprichos de los clientes, la falta de dinero, la competencia de los grandes patronos y demás preocupaciones por el estilo son otros tantos quebraderos de cabeza que agobian al dueño de un pequeño taller. En cambio, el proletario está relativamente más libre de tales preocupaciones, no le inquieta el cliente ni el alquiler del local; llega por la mañana a la fábrica, sale por la noche «muy tranquilo» y, con la misma tranquilidad, el sábado se embolsa la «paga». Esto es precisamente lo que por primera vez les corta las alas a los sueños pequeñoburgueses de nuestro zapatero, esto hace también que por primera vez aparezcan en su espíritu aspiraciones proletarias.
Pasa el tiempo, y nuestro zapatero ve que el dinero no le alcanza para lo más indispensable, que le es sumamente necesario un aumento de salario. Al propio tiempo observa que sus camaradas hablan de sindicatos y de huelgas. Esto mismo hace que nuestro zapatero cobre conciencia de que para mejorar su situación es necesario luchar contra los patronos, y no abrir un taller propio. Ingresa en el sindicato, se incorpora al movimiento huelguístico y pronto se adhiere a las ideas socialistas...
Así, pues, al cambio de la situación material del zapatero ha seguido, al fin y al cabo, el cambio de su conciencia: primero cambió su situación material, y después, pasado cierto tiempo, cambió también, de modo correspondiente, su conciencia.
Lo mismo hay que decir de las clases y de la sociedad en su conjunto.

En la vida social cambian también primero las condiciones exteriores, cambian primero las condiciones materiales, y después, a tenor de ello, cambian asimismo el modo de pensar de los hombres, sus usos y costumbres, su concepción del mundo.
Por eso Marx dice:
«No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, su ser social es lo que determina su conciencia».
Si al aspecto material, a las condiciones exteriores, al ser y a otros fenómenos semejantes los llamamos contenido, al aspecto ideal, a la conciencia y a otros fenómenos semejantes podemos llamarlos forma. De aquí ha surgido esta conocida tesis materialista: en el proceso del desarrollo, el contenido precede a la forma, la forma queda a la zaga del contenido.
Y como, en opinión de Marx, el desarrollo económico es la «base material» de la vida de la sociedad, su contenido, mientras que el desarrollo jurídico-político y religioso-filosófico es la «forma ideológica» de este contenido, su «superestructura», Marx llega a esta conclusión: «Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella».
Naturalmente, eso no significa en modo alguno que, en opinión de Marx, sea posible el contenido sin la forma, como se ha imaginado Sh. G. (v. «Nobati», núm. 1.«Crítica del monismo»). El contenido sin la forma es imposible, pero lo que ocurre es que tal o cual forma, debido a su retraso respecto a su contenido, nunca corresponde plenamente a este contenido, y por tanto, el nuevo contenido «se ve obligado» temporalmente a revestir la vieja forma, lo que origina un conflicto entre ambos. En la actualidad, por ejemplo, al contenido social de la producción no corresponde la forma de apropiación de los productos, forma que tiene un carácter privado, y precisamente sobre este terreno se produce el «conflicto» social de nuestros días.
Por otra parte, la idea de que la conciencia es la forma del ser no quiere decir en modo alguno que la conciencia sea, por su naturaleza, la materia misma. Así pensaban solamente los materialistas vulgares (por ejemplo, Büchner y Moleschott), cuyas teorías contradicen de raíz el materialismo de Marx, y a los que Engels puso con justa razón en ridículo en su «Ludwig Feuerbach». Según el materialismo de Marx, la conciencia y el ser, la idea y la materia son dos formas distintas de un mismo fenómeno, que se llama, hablando en términos generales, naturaleza o sociedad. Por tanto, no se niegan mutuamente[ 5 ] y, al propio tiempo, no son tampoco un mismo fenómeno. Se trata únicamente de que en el desarrollo de la naturaleza y de la sociedad, a la conciencia, es decir, a lo que se produce en nuestra cabeza, precede el correspondiente cambio material, es decir, lo que se produce fuera de nosotros; a este o al otro cambio material sigue de manera inevitable, tarde o temprano, el correspondiente cambio ideal.
Muy bien, nos dirá, tal vez eso sea exacto en cuanto a la historia de la naturaleza y de la sociedad. Pero ¿de qué modo se engendran en nuestra cabeza en el momento presente las diversas representaciones e ideas? ¿Existen en realidad las llamadas condiciones exteriores, o existen sólo nuestras representaciones de estas condiciones exteriores? Y si existen las condiciones exteriores, ¿en qué medida es posible percibirlas y conocerlas?
A este propósito, la teoría materialista afirma que nuestras representaciones, nuestro «yo», existen tan sólo en tanto en cuanto existen las condiciones exteriores que suscitan impresiones en nuestro «yo». Quien diga irreflexivamente que no existe nada más que nuestras representaciones, se ve precisado a negar todo género de condiciones exteriores y, por tanto, a negar la existencia de los demás hombres, admitiendo tan sólo la existencia de su «yo», lo cual es absurdo y contradice de raíz los fundamentos de la ciencia.
Es evidente que existen en realidad las condiciones exteriores; estas condiciones existían anteriormente a nosotros y existirán después de nosotros; además, será tanto más fácil percibirlas y conocerlas cuanto más frecuentemente y con mayor fuerza actúen sobre nuestra conciencia.
Por lo que atañe a cómo se engendran en el momento presente en nuestra cabeza las diferentes representaciones e ideas, debemos observar que aquí se repite en forma abreviada lo que ocurre en la historia de la naturaleza y de la sociedad. También en este caso el objeto que se encuentra fuera de nosotros precedió a nuestra representación de él; también en este caso nuestra representación, la forma, queda a la zaga del objeto, su contenido. Si yo miro a un árbol y lo veo, eso quiere decir solamente que ya antes de que en mi cabeza naciera la representación del árbol, existía el propio árbol que ha suscitado en mí la correspondiente representación...
Tal es, en forma resumida, el contenido de la teoría materialista de Marx.
No es difícil comprender la importancia que debe tener la teoría materialista para la actividad práctica de los hombres.
Si primero cambian las condiciones económicas, y después, de acuerdo con ello, cambia la conciencia de los hombres, resulta claro que no debemos buscar los fundamentos de este o el otro ideal en el cerebro de los hombres, en su fantasía, sino en el desarrollo de sus condiciones económicas. Sólo es bueno y aceptable el ideal creado sobre la base del estudio de las condiciones económicas. Son inservibles e inaceptables todos los ideales que no tienen en cuenta las condiciones económicas, que no se basan en su desarrollo.
Tal es la primera conclusión práctica de la teoría materialista.
Si la conciencia de los hombres, sus usos y costumbres están determinados por las condiciones exteriores, si la indignidad de las formas jurídicas y políticas está basada en el contenido económico, resulta claro que debemos contribuir a la reorganización radical de las relaciones económicas, para que, con ellas, cambien de raíz los usos y costumbres del pueblo y su régimen político.
He aquí lo que dice Carlos Marx al respecto: «No hace falta un gran ingenio para advertir la conexión necesaria que existe entre la doctrina del materialismo... y el socialismo. Si el hombre extrae todos sus conocimientos, sensaciones, etc. del mundo sensible..., hay que organizar, por tanto, el mundo circundante de forma que el hombre perciba en él lo auténticamente humano y se habitúe a concebirse a sí mismo como ser humano... Si el hombre no es libre en el sentido materialista, es decir, si es libre no a consecuencia de la facultad negativa de evitar esto o lo otro, sino a consecuencia de la facultad positiva de manifestar su verdadera individualidad, entonces no se debe castigar tal o cual delito, sino destruir las fuentes antisociales del delito... Si el hombre es formado por las circunstancias, hay que hacer que las circunstancias sean humanas» (v. «Ludwig Feuerbach», apéndice «C. Marx sobre el materialismo francés del siglo XVIII»)[ 6 ].
Tal es la segunda conclusión práctica de la teoría materialista.

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