LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

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Canciones de Combate

miércoles, 20 de octubre de 2010

LA VIETNAMIZACIÓN DE LA GUERRA EN COLOMBIA


Las Lecciones de la Historia
Por:Pablo Catatumbo. Integrante del Secretariado de las FARC-EP.

A mediados de agosto 1964, en el aeropuerto principal de la muy militarizada ciudad de Saigón, aterrizó un modernísimo avión militar Boeing de bandera norteamericana. A los pocos minutos de haberse apagado los motores, bajó por las escalinatas, el General William C. Westmoreland, acompañado de su ayudante Robert Komer, quien era fundador de la CIA y responsable de desarrollar la operación FÉNIX. A continuación descendió un numeroso séquito de escoltas, y, por primera vez, pisó el suelo de Vietnam del Sur. Era un tipo impresionante de casi dos metros de estatura, rubio sajón, nariz de águila rapaz, y unos ojos color de un intensísimo azul-gris metálico. El general William C. Westmoreland, era el enviado del presidente Lyndon B. Johnson y había sido comisionado por el Pentágono para asumir el mando supremo del contingente militar. Su misión: escalar la intervención norteamericana en Vietnam. Una intromisión militar, que se había iniciado en 1961 bajo la mampara de un engañoso tratado de “colaboración”, con el gobierno pro católico de Ngo Dinh Diem, un gobernante pelele, impuesto por Washington para que siguiendo órdenes de la Casa Blanca se negara a reconocer el tratado de paz acordado en Ginebra en 1954 con los franceses y que obligaba al gobierno del Sur a realizar elecciones generales y así definir la reunificación del Vietnam en un solo país. A finales de octubre de 1963 tras permanecer nueve años en el poder, Diem ya no servía más a los planes del Imperio, su gobierno se había hecho impopular, se convirtió en dictador y se negaba además a cumplir la orden de Washington que le exigía renunciar, intentó reelegirse, y se volvió incómodo a los intereses de USA. Lo que siguió después, es que el primer día de noviembre de ese mismo año, fue derrocado por un golpe militar con la aprobación del presidente John Fitzgerald Kennedy y orquestado por la CIA, en el cual resultaron asesinados él y su hermano Ngo Dinh Nhu, quien a la vez era su lugarteniente. Algunos años después, el avezado Jefe de la estación de CIA en Saigón, Lucien Conein al presentar un informe al senado escribiría: “Yo fui parte integrante de toda la conspiración”. Su asesinato produjo un creciente clima de desestabilización política y lucha de poderes que hizo que en solo un año se sucedieran 9 juntas militares, hasta que en su reemplazo se instaló a otro fantoche que sí cumpliera las órdenes: Nguyen Van Thieu. La llegada de Westmoreland estaba precedida de más artimañas: dos semanas antes de su arribo a Vietnam, la CIA había fabricado el pretexto para justificar la invasión. Según Washington, en los primeros días de agosto de 1964, lanchas torpederas norvietnamitas habían atacado a dos destructores de la marina de Estados Unidos en el Golfo de Tonkín que provocadoramente y sin aviso previo, navegaban en aguas de Vietnam del Norte. (Años después La Casa Blanca reconocería oficialmente que el ataque Norvietnamita nunca ocurrió y que se trató de una operación encubierta de la CIA). Ese fue el subterfugio inventado para poder agredir a Vietnam del Norte. Los Estados Unidos -como dijimos-, habían iniciado su intervención militar en 1961 enviando primero un puñado insignificante de asesores militares (600), que ya al año siguiente sumaban algo más de 11.000 unidades, de los cuales, el 90% eran agentes y analistas de la CIA, guarismo que se fue aumentando con la llegada de soldados de tierra, aviación e infantería de marina, hasta alcanzar la descomunal cifra 541 mil invasores en el esplendor de una de las guerras mas infames libradas por el Imperio de los EE.UU. contra una nación del tercer mundo. La llegada de este General marcó el inicio de esa etapa y el ascenso a un nuevo peldaño de la escalera de la guerra, en aquel lejano país del sudeste asiático. Westmoreland fue el responsable de poner en práctica y desarrollar una especie de PLAN PATRIOTA cuya meta estratégica era impedir la autodeterminación de Vietnam del Norte como nación independiente y someter a ese país, bajo la férula norteamericana. Fue él, quien a mediados de 1965, dio inicio a los interminables bombardeos sin escrúpulos de los recién estrenados aviones B-52, denominados las “fortalezas volantes” de la Fuerza Aérea norteamericana, sin escatimar uno solo de los centenares de recursos del arsenal terrorista que poseen los Estados Unidos para doblegar la voluntad de los pueblos que luchan por su independencia: bombas de cinco mil kilos de TNT, de NAPALM, del llamado Agente Naranja, bombas propagadoras del virus de Viruela Negra, bombas químicas y exfoliantes, bombas de racimo, bombas incendiarias de fósforo blanco, etc. Bombardeos que se prolongaron ininterrumpidamente por años, produciendo casi dos millones de muertos y 3 millones de heridos, la mayoría de ellos entre la población civil, 12 millones de refugiados y la destrucción de la casi totalidad de la infraestructura eléctrica, ferroviaria, represas, acueductos y edificios públicos de ese país. En 1966, el presidente Lyndon B. Johnson -quien ya empezaba a advertir su fracaso-, y con aprobación del Pentágono, ordenó minar con explosivos de alta potencia todos los puertos de Vietnam del Norte, en especial el puerto de Haiphong, con el único propósito de impedir que los vietnamitas se abastecieran de agua y alimentos, sin lograr alcanzar su objetivo estratégico de doblegar la voluntad de lucha de ese país. Y así continuó Westmoreland, dos años más hasta que a comienzos de 1968, debido a sus continuos reveses en el campo de batalla y a sus constantes falsificaciones de los resultados de la guerra, (como cuando afirmó en una rueda de prensa que la ofensiva del TET había sido un fracaso), a tiempo que la prensa independiente y la televisión mostraban imágenes de la embajada de Estados Unidos en Saigón asaltada y en llamas, decenas de miles de muertos y más de cien objetivos militares atacados por el Vietcong, obligó su relevo y habría de pasar a la historia como uno de los tantos genocidas y carniceros fracasados que tuvo esa guerra. Westmoreland fue reemplazado por un casi anónimo, incompetente y poco relevante colega: el General Creighton Abrams, que siguió haciendo lo mismo, con mayor intensidad y con la misma ineficacia. Finalmente, los norteamericanos fueron derrotados en 1975 pagando un costo altísimo en billones de dólares desperdiciados (686.000 millones de dólares), 58 mil soldados muertos reconocidos oficialmente, 587 prisioneros de guerra, más de 200 mil soldados heridos, mutilados, lisiados o inválidos y la vergonzosa afrenta política de haber sufrido su primera derrota militar en una guerra internacional, por un diminuto país casi escuálido y sin mayores recursos. Esto ocurrió hace tiempo es verdad y en un país muy lejano. Pero hoy día es casi universal la aceptación de que esa intervención norteamericana no solo fue una infamia sino un tremendo error político y militar. El paralelo es válido, guardadas las proporciones de tiempo modo y lugar con lo que acontece ahora en Colombia, pues nos aprestamos a repetir la historia. Y la lección también. ¿Cuál era la tesis norteamericana para justificar su intervención en esa guerra? La defensa de la “democracia amenazada” adujeron: “A los vietnamitas hay que aplastarlos porque son comunistas” propalaban a los cuatro vientos los José Obdulios de aquella época. “Ho Chi Min es un títere y un instrumento de Moscú”, aseguraban. A renglón seguido y, como ahora, recurrieron a inventar una falacia: La teoría del “efecto dominó”, según la cual, si los Estados Unidos no intervenían para impedirlo, todos los países del sudeste asiático, inexorablemente caerían uno a uno “como fichas de dominó”, en las garras del totalitarismo y del comunismo. Eso hacía que fuera indispensable y necesario el sacrificio y la matanza de ese pueblo; era una guerra “libertaria”, según decían, pues se trataba de salvar a la humanidad de la “esclavitud”; y era también una invasión “humanitaria”, pues se trataba de llevar la “civilización,” amenazada por los “demonios del mal” de aquella época, el eje Moscú – Pekín. Así, con esas especulaciones repetidas mil veces, y por todos los medios, quedó limpio y justificado el camino para comenzar la guerra de exterminio contra el pueblo de Vietnam. ¿Y que decía en aquellos tiempos cuando se desarrollaba la guerra en Vietnam, la propaganda oficial, refiriéndose a las FARC?. Que las FARC éramos agentes financiados por el oro de Moscú e instrumentos de la política exterior de la Habana, en su afán de exportar la revolución. Jamás fuimos ni lo uno, ni lo otro. ¿Qué dicen ahora?. Que ya no somos comunistas ni revolucionarios, que abandonamos los ideales socialistas y que ahora somos narcotraficantes y terroristas(segun ellos). Muchos dirán que esto es historia pasada, pero algo muy parecido está ocurriendo en Colombia. En nuestro país, también hay una guerra. Una guerra de marcadas características políticas y sociales, que ya pasó del medio siglo. Una guerra que no surgió por generación espontánea, ni se la inventó la insurgencia. Una guerra que le impusieron como represión las oligarquías de este país al pueblo pobre y que surgió como defensa y respuesta legitima de las masas campesinas a la decisión política de una élite opulenta y rapaz, criminal y mafiosa, que decidió imponer por encima de toda consideración, su dominación plutocrática a sangre y fuego. 21 Millones de pobres y 9 millones de colombianos en la pobreza absoluta según estadísticas oficiales, el 66% por ciento de los cuales, se encuentra dentro de la población rural, 4 millones de desplazados a punta de terror Estatal - paramilitar en un país de 45 millones de habitantes y el deshonroso récord de ser después de Haití el país más desigual de América Latina, es ya suficiente elocuencia. No se trata de forzar un paralelismo, entre dos situaciones que tienen obvias diferencias políticas, territoriales e históricas, pero si llamar la atención sobre algunas similitudes. ¿En qué se parece la invasión imperialista contra el pueblo de Vietnam a la que se aprestan a desarrollar ahora, contra el pueblo en Colombia? Sobre todo en los métodos de imponernos esta guerra; en la mentira y en los pretextos para justificarla; y en la excusa para acreditar la invasión, en los hábitos de guerra sucia, de impunidad, de desplazamiento, re-poblamiento de zonas, técnicas de guerra sicológica, propaganda negra y desinformación. Es allí donde uno encuentra coincidencias y similitudes. Según declaraciones posteriores de Henry Kisinguer, consejero personal en asuntos de seguridad del presidente Richard Nixon y otros asesores militares norteamericanos, incluidas las del mismo general Westmoreland ya en el ocaso de su vida, desde comienzos de la primavera de 1968 el gobierno Estadounidense había llegado a la conclusión de que la guerra en Vietnam no se podía ganar por medios militares y que era necesario buscar una salida negociada. No obstante haber arribado a esa conclusión, los Estados Unidos persistieron en su esfuerzo criminal, y, al tiempo que iniciaron conversaciones de paz en Paris, sin ninguna intención de alcanzar un acuerdo, arreciaron los bombardeos masivos con aviones B-52 contra Vietnam del Norte y extendieron la guerra hacia Camboya y Laos, utilizando como pretexto un golpe de Estado protagonizado por un fanático fascistoide llamado Long Nol, contra el Príncipe Norodon Siahanuk a quien acusaban de cómplice de Hanói. ¿Cuántos Norteamericanos y vietnamitas murieron después de esta conclusión? Aquí en Colombia también está pasando lo mismo. Muchos colombianos y patriotas han llegado a esa misma conclusión, muy a pesar de que algunos intelectuales vendidos, (venables), despachen las cosas rapidito, no por ignorancia sino por parcialidad o por no perder el puesto, argumentando que no cabe la comparación, porque lo de Vietnam “era una guerra en el contexto de la guerra fría” afirman, y ahora de lo que se trata es de acabar con el “narcotráfico” y el “terrorismo”, soslayando la realidad y torciéndole el pescuezo a la verdad de lo que acontece. ¿Cuántos colombianos más, habrán de morir por esa terca obstinación del militarismo y de los militaristas? Nunca en la historia de Colombia ningún gobierno había llegado tan lejos, ni se había atrevido a tanta bajeza como éste en su condición de cipayo del imperio, para hundir el país en semejante piélago de degradación moral y de violación de todos los grandes principios por los que lucharon los padres fundadores de esta nación. Nunca había sido más cínica, apátrida, pérfida y criminal una guerra contra el pueblo como ésta, que vienen a escalar los norteamericanos, pues no será éste gobierno apátrida sino toda la nación que fraudulenta y engañadamente dejó en sus manos los destinos del país en este tramo de su historia, la que pagará las consecuencias.
Montañas de Colombia Octubre de 2009

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